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Artículos COVID-19

La finalidad de estos artículos sobre el virus SARS-CoV-2 es aportar mis conocimientos y experiencia clínica, por si puedo ayudar un poco a que este virus y sus tratamientos dañen a menos personas, al tiempo que mejoro su salud y calidad de vida.

El virus que ha ocasionado la pandemia actual se llama SARS-CoV-2 y la enfermedad que provoca es la COVID-19.

Lo que expongo en los siguientes artículos es simplemente mi opinión, respetando todas las demás opiniones.

 

Formas de evitar la infección vírica

Lavarse las manos con jabón o gel alcohólico, durante 20 segundos.  Sin embargo, el contagio se da por el aire (gotas, aerosoles), y la posibilidad de transmisión a partir de superficies (metal, madera, plásticos) es muy baja. Debería toser sobre dicha superficie la persona infectada y al poco tiempo la otra persona tocarla y llevarse la mano a la cara. Los billetes y las monedas no están implicados en la propagación de infecciones. Los coronavirus son sensibles a las temperaturas elevadas, de más de 20 grados, y cuanto mayor la temperatura menor estabilidad del virus, y menor la transmisibilidad. La temperatura y humedad bajas en el ambiente favorecen la transmisión del SARS-CoV-2 de forma parecida a otros coronavirus, con un comportamiento estacional (otoño-invierno). Aunque deben tenerse en cuenta factores como las aglomeraciones en interiores con aire acondicionado en verano, que pueden facilitar los contagios.

La gran mayoría de cubrebocas de tela son poco eficientes, especialmente después de lavarlos varias veces. La mascarillas quirúrgicas (verdes) de alta calidad pueden ser útiles para que la persona no infecte a otras, pero no para evitar el contagio propio. Las mascarillas que sirven para no contagiar y que no te contagien son las FFP2. Sin embargo, los contagios se dan en espacios cerrados y proximidad. Es difícil contagiarse cuando la otra persona se encuentra a más de 1,5 a 2 metros, o el lugar está bien ventilado, o al aire libre. No hay evidencia de eficacia como medida de protección del uso universal de mascarillas en lugares públicos abiertos y, en mi opinión, no deberían ser obligatorias al aire libre sin aglomeraciones. Tampoco hay evidencia de reducción del número de contagiados en los estados que obligaron al uso de mascarillas respecto a los que no lo hicieron.

Las mascarillas dificultan la ventilación y reducen los niveles de oxígeno y aumentan los niveles de dióxido de carbono en sangre. Las personas con patologías respiratorias crónicas y personas con disnea (dificultad al respirar) de esfuerzo, no deben utilizar mascarillas nunca. Tampoco debe utilizar mascarilla cualquier persona cuando realiza esfuerzos o actividad física. Mi consejo es no permanecer mas de 60 minutos con mascarilla, y si está con otras personas, se aparta y realiza algunas respiraciones profundas sin cubrebocas.

La forma verdaderamente eficaz de proteger a la población es mediante sistemas de purificación del aire en interiores, que eliminan rápidamente del aire virus, bacterias, tóxicos… y no son costosos. En mi opinión, la  forma correcta de proceder debería haber sido el potenciar estos sistemas en lugares públicos, geriátricos, centros médicos… Con la ventaja añadida de reducir además los contaminantes inhalados responsables de muchos trastornos y patologías, incluida la mayor infectividad y agresividad del virus SARS-CoV-2.

La inmunidad colectiva significa que cuando una cantidad suficiente de la población es inmune a un germen, su propagación se detiene de forma natural porque no hay suficientes personas capaces de transmitirlo. Entonces la comunidad es inmune, aunque muchas personas dentro de ella no lo sean. Debe tenerse en cuenta que la inmunidad desarrollada por otros gérmenes también pueden proteger. Es decir, no solo están protegidas las personas que se han infectado por SARS-CoV-2, también podrían estarlo otras que se han infectado por coronavirus del resfriado.

Por tanto, cuantas más personas se infecten en una comunidad, antes tendremos inmunidad colectiva. Y cuantas más medidas efectivas anticontagio tomemos, más lentamente se propagarán los virus y más tardará en establecerse la inmunidad colectiva. Aumentando el riesgo de rebrotes de la enfermedad en la población. Sin embargo, en situaciones en que se puede colapsar la sanidad no hay otra opción que tomar medidas anticontagio, pero solo lo indispensable y especialmente en personas de riesgo, porque los humanos necesitamos de una exposición regular a patógenos para que el sistema inmune innato funcione correctamente y nos proteja. En mi opinión sería muy desacertado que estas medidas generalizadas se quedaran a largo plazo para evitar contagios por virus de distintos tipos.

No hay síntomas específicos de infección por virus SARS-CoV-2 (COVID-19), pueden ser desde muy leves, hasta provocar una intensa sensación de ahogo. El síntoma de mayor alarma es el aumento de la sensación de dificultad al respirar con el esfuerzo o en reposo. Una prueba útil es inspirar todo el aire posible, retenerlo 10 segundos, y si no puede por tos o ahogo es preferible acudir a urgencias. También es signo de alarma el deterioro del estado general.

La infección por el virus SARS-CoV-2 puede contraerse de personas infectadas unos días antes de presentar síntomas, y también parece que es posible contagiarse de portadores sin síntomas en ningún momento, aunque es mucho mas difícil que contagiarse de una persona con síntomas. La intensidad de los síntomas y la evolución de la persona contagiada depende de sus factores de riesgo (ver en el siguiente artículo) y de la carga viral (concentración del virus) de la persona que lo transmite. Cuanto mas sintomática la persona infectada, probablemente mayor sea la carga viral, y cuanto mas repetida sea la exposición, mayores posibilidades de contagio. Dudo que una persona portadora asintomática pueda contagiar y causar COVID-19 intenso a otra sin factores de riesgo. Los niños son mucho menos propensos a padecer y transmitir la COVID,  y muchos niños y adolescentes ya presentan una inmunidad natural duradera. 

Si sospecha que ha podido contagiarse por este u otro patógeno, tenga en cuenta que los virus no resisten el calor y mueren si están expuestos a temperaturas mayores a 26-27 grados. Por tanto, para eliminar patógenos es preferible permanecer abrigado, llevar camiseta, pasar calor, sudar, tomar el sol, consumir bebidas calientes (infusiones, caldos) y no tomar bebidas frías.

La fiebre es una muy eficaz manera que el cuerpo utiliza para elevar la temperatura corporal central y defenderse de las infecciones. También la tos, diarrea y vómitos sirven para eliminar patógenos. No podemos cortar rápidamente todos estos mecanismos, o el virus lo tendrá más fácil para dañarnos.

El paracetamol solo debe utilizarse si la fiebre es mayor de 38,5º, o bien, si causa un gran malestar, y mejor no reducirla excesivamente. El paracetamol reduce el glutatión, antioxidante celular cuyos bajos niveles son causa de mala evolución de la infección. No debe utilizar ibuprofeno ni otros antiinflamatorios, porque podría reducir la capacidad de respuesta inmunitaria y empeorar la evolución del proceso.

La prueba PCR (RT-PCR para el coronavirus) sirve para detectar en la persona un fragmento del material genético (ARN) del patógeno que le infecta. Para ello debe multiplicar o amplificar dicho material genético de forma que haya suficiente para permitir testar si coincide con unos fragmentos de ARN llamados iniciadores. Cada amplificación es un ciclo.

El test RT-PCR utilizado habitualmente para detectar el coronavirus SARS-Cov-2 presenta un alto porcentaje de falsos negativos y de falsos positivos. Los primeros iniciadores utilizados eran de fragmentos de material genético que no solo pertenecían al SARS-CoV-2, sino también a regiones comunes a otros coronavirus frecuentes en la población, causantes de resfriados comunes y bronquitis. Actualmente hay laboratorios que utilizan iniciadores 100% específicos del SARS-CoV-2 pero es difícil saber cuales son, y también es difícil saber el protocolo utilizado para considerar positivo a un paciente, pudiendo ser distinto el resultado según el laboratorio, la región y el país en que se realice la RT-PCR. Por otro lado, las posibilidades de falsos positivos, incluso con los mismos iniciadores, son mayores cuando la amplificación del material genético es excesiva, de mas de 25 ciclos de amplificación, y en España muchos laboratorios utilizan 40 ciclos.  Una prueba RT-PCR puede dar positivo en un laboratorio y negativo en otro, dependiendo de los iniciadores y protocolos utilizados, y de la amplificación.

En muchas personas PCR positivas no hay infección ni riesgo: la carga viral es muy baja, el virus está inactivo, se trata de otro coronavirus, se detectan fragmentos de virus muertos y no un virus vivo y estos fragmentos pueden tardar meses en desaparecer… La PCR no distingue entre los virus inactivos (no contagian ni enferman) de los virus reproductivos que infectan. También debe tenerse en cuenta que personas con “síntomas compatibles”, pero sin confirmar el diagnóstico, constan como que han padecido COVID-19, y puede ser que padezcan infecciones por otro patógeno, interactuaciones de patógenos, o simplemente agudizaciones de sus patologías de base. Los considerados brotes podrían deberse simplemente a un mayor número de pruebas realizadas con muchos falsos positivos (a mas pruebas mas casos). La RT-PCR, como ocurre con toda prueba médica, debería utilizarse solo para complementar al contexto clínico y no como único elemento de diagnóstico, y debería valorarse la carga viral, aislando a todas las personas PCR positivas con carga viral elevada aunque estén asintomáticas y, cuando la carga viral es baja, aislando solo a las sintomáticas.

El test rápido de antígenos es útil en personas con síntomas. Se introduce un bastón con algodón en las fosas nasales. Son fiables cuando la persona presenta una carga viral elevada y tiene síntomas (fiebre, tos, fatiga…).  El test de antígenos puede ser útil para confirmar la recuperación de una persona con COVID, al contrario de la PCR que no detecta la presencia de virus viables sino la presencia de su material genético, y puede dar positivo en una persona recuperada y sin capacidad de infectar. Además, un test de antígenos negativo junto a la ausencia de síntomas da seguridad a los contactos entre personas que tienen dudas de poder contagiarse o contagiar, lo que resulta fundamental para que la sociedad siga funcionando.

La prueba más fiable es el análisis en sangre de anticuerpos IgM e IgG con sus niveles (test serológico), con extracción de sangre en laboratorio de análisis clínicos, para determinar si la persona tiene infección por el virus y podría contagiar (IgM), y si ha adquirido inmunidad que la protege (IgG), y con qué niveles de IgG. De esta forma se pueden conocer las fases de la infección: inicial, temprana, activa, evolutiva y de resolución. Sin embargo, la fiabilidad depende de la técnica utilizada por el laboratorio, siendo la mas fiable la quimioluminiscencia que mide solo anticuerpos a proteínas propias del SARS-CoV-2 (anticuerpos anti-spike) y no a proteínas comunes a otros coronavirus.  Muchas personas positivas a test de anticuerpos que utilizan otras técnicas, como Elisa, lo son por haber pasado infecciones por otros coronavirus.

El test rápido serológico de anticuerpos, realizado con una gota de sangre extraída del dedo, no es aconsejable por no determinar los niveles que presenta de anticuerpos (IgM, IgG) y porque la fiabilidad puede ser muy distinta según el fabricante.

El diagnóstico de COVID es un diagnóstico clínico en el que la PCR y los demás test son solo una ayuda. 

La gran mayoría de las personas que contraen el SARS-CoV-2 adquieren inmunidad y quedan protegidas, aunque no hayan pasado síntomas, y la respuesta inmunitaria puede ir aumentando en las siguientes semanas. En algunos casos podría no dar suficiente inmunidad a la persona. Las personas con IgM negativo y con inmunidad adquirida (IgG), si se reinfectan, lo mas probable es que presenten síntomas leves (especialmente con las nuevas variantes que irán surgiendo). Sin embargo, no todo es tan simple, existen otros tipos de anticuerpos protectores no analizados, y la respuesta inmune no depende solo del nivel de anticuerpos (que va disminuyendo), también depende de células inmunitarias que recuerdan y fabrican anticuerpos rápidamente cuando vuelven a encontrar al mismo virus, o incluso otros virus con características genéticas similares. Muchas personas que se han infectado por SARS-CoV-2 no presentan anticuerpos en los test serológicos, pero están protegidas contra la COVID-19 por una inmunidad celular muy duradera. En cambio, la inmunidad protectora de los coronavirus de los resfriados comunes es de corta duración. En mi opinión, las personas que se han infectado no deben temer las nuevas variantes de COVID, aunque los anticuerpos IgG salgan negativos.

Lo más apropiado actualmente es realizarse una RT-PCR con iniciadores 100% específicos y no mas de 25 ciclos de amplificación, y un análisis de anticuerpos por quimioluminiscencia a partir de la cuarta semana de la sospecha de infección para conocer la inmunidad que se ha adquirido y con qué nivel de anticuerpos. Pero teniendo en cuenta que la persona puede tener inmunidad y estar protegida con un resultado negativo de anticuerpos IgG, debido a la presencia de otros anticuerpos, o bien, de células inmunitarias (inmunidad celular) producidas por el SARS-CoV-2 o, incluso, por otros virus como los del resfriado común. Es decir, podría ser que las infecciones respiratorias habituales protegieran de la COVID-19, evitando la infección o modificando favorablemente su evolución. Actualmente, mediante la determinación de varios tipos de anticuerpos IgG y la respuesta celular (T4, T8, NK), ya es posible conocer si ha estado o no expuesto al virus, el grado de protección que presenta por la infección y por la vacuna, y también si padece un proceso persistente.

La implantación de medidas anticontagio en la población de una región debería basarse en el incremento (respecto al mismo periodo de años anteriores) del número total de pacientes hospitalizados graves y de fallecidos en esta región, a causa de infección demostrada, sin que pueda atribuirse dicho incremento a otros factores causales. La mayoría de muertes contabilizadas son con pruebas positivas o síntomas sospechosos de SARS-CoV-2 y no a causa de infección por SARS-CoV-2. Con los conocimientos y medios actuales no es acertado basarse en los resultados positivos de los test realizados a la población para considerar que son “brotes de enfermedad” y tomar medidas generalizadas.

Además, dar positivo, si el resultado es cierto, significa ser portador del virus, pero no necesariamente estar infectado y padecer la enfermedad COVID-19. Las enfermedades infecciosas no son tan simples como: germen malo – enfermedad. Los microorganismos (bacterias, virus, hongos…) forman parte de nosotros y la enfermedad puede producirse debido a virus contagioso con reactivación de otros patógenos latentes en la persona, junto a alteraciones del sistema inmunitario y factores de riesgo. Incluso puede aparecer sin ninguna nueva infección vírica, simplemente por una disfunción de la microbiota y del sistema inmune.

Factores de riesgo de la COVID-19 y tratamientos

¿De donde proviene el virus SARS-CoV-2? Me resisto a creerlo, pero la evidencia es cada vez mayor de la filtración del virus SARS-CoV-2 desde un laboratorio de guerra biológica. Los ingenieros genéticos pueden lograr que coronavirus que infectan a pocas especies, como el murciélago, infecten a humanos, interfieran con el sistema inmune y se trasmitan más fácilmente por el aire. Son mutantes “mejorados” para “biodefensa”. Esto se consigue en laboratorios secretos, y funcionarios advirtieron incumplimientos en los procedimientos de seguridad en uno de estos laboratorios de los coronavirus del murciélago, con posible riesgo de producir una pandemia. Ni las administraciones ni otras organizaciones hicieron caso de las advertencias.

Por otra parte, las características estructurales que presenta el virus SARS-CoV-2 hacen sospechar  que no haya evolucionado ni mutado naturalmente de ningún coronavirus,  Este virus no se ha encontrado en ningún animal huésped y no hay evidencia de transmisión de animal a humano. Además, los síntomas y la afectación que produce el SARS-CoV-2 en el organismo, como la infección de vasos sanguíneos y promoción de coágulos, no parecen pertenecer a los de formas naturales de coronavirus, que son mucho mas benignos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que muchos científicos de renombre opinan que este virus no pudo ser diseñado en un laboratorio.

El virus SARS-CoV-2 podría comportarse de distinta manera a otros coronavirus que conocemos, pero no es tan dañino como parece, y podríamos estar mas protegidos por el sistema inmune de lo que pensamos. Lo que realmente le hace dañino es que se transmite fácilmente en una población con muchos factores de riesgo. La tasa de letalidad (cuantos fallecen de los infectados) parece ser del 0,23% (equiparable a la de la gripe), y la edad promedio de personas fallecidas con COVID es de 82 años (por encima de la esperanza de vida). El porcentaje de personas fallecidas únicamente por la COVID-19 es muy pequeño, mas del 90% restante padecía patologías conocidas que contribuyeron a su muerte. El número de fallecidos en relación al número de infectados podría ser bajo, pero el número de considerados fallecidos por el virus por millón de habitantes es elevado. El virus SARS-CoV-2 irá mutando continuamente y podría ser tanto o mas contagioso, pero probablemente será cada vez menos agresivo si se deja mutar de forma natural.

La gran mayoría de personas que se contagian no presentan síntomas, o bien, estos son ligeros. Las personas que se agravan, y tienen que ser ingresadas, presentan varios de los siguientes factores de riesgo de mala evolución de la COVID-19 y de cualquier infección, en parte debido a la alteración de las mitocondrias (“motores” de energía de las células) y del sistema inmunitario que implican:

  • Edad avanzada, debido a la senescencia del sistema inmune, que implica un descenso de su capacidad de reconocer, alertar y destruir los patógenos, y ocasionar un estado proinflamatorio.
  • Obesidad, principalmente la obesidad abdominal o exceso de grasa visceral. Una persona puede no parecer obesa, pero lo es si tiene un perímetro de cintura superior a 88 cm si es mujer y de 102 cm si es hombre. Cuanto mayor la obesidad, mayor el riesgo de hospitalización, ingreso en UCI y muerte por COVID.
  • Hipertensión arterial, no influyendo el tipo de fármaco utilizado.
  • Glucemias elevadas, hemoglobina glicosilada (mide las subidas de azúcar de los últimos 3 meses) elevada.
  • Inflamación crónica de bajo grado y estrés oxidativo, ocasionados por varias causas, pero especialmente por una alimentación proinflamatoria y prooxidante. Un parámetro indicador de inflamación es la proteína PCR de alta sensibilidad elevada (no es la prueba PCR para COVID).
  • Ferritina elevada, o exceso de hierro.
  • Fibrinógeno elevado, factor de riesgo de hipercoagulación.
  • Función hepática alterada. Por ejemplo, por hígado graso (esteatosis hepática) que padece el 25% de la población.
  • Sueño no reparador por: dormir pocas horas, despertarse a menudo, dormir con luz o ruido, tener el horario cambiado… El déficit de melatonina podría ser uno de los responsables.
  • Exceso de ejercicio físico para la persona sin el aporte micronutricional adecuado.
  • Enfermedad crónica: cardíaca, respiratoria, neurológica, hepática, renal, intestinal, inmunodeficiente, autoinmune… o de otro tipo, especialmente si hay dos o mas patologías, disfunción mitocondrial y un mal control del exceso de oxidación e inflamación con niveles reducidos de glutation.
  • Tomar varias medicaciones de forma prolongada, especialmente las que afectan a las mitocondrias y deprimen al sistema inmune. Estar polimedicado.
  • Presentar insuficiencias y desequilibrios de micronutrientes básicos: vitaminas activas (incluidas las vitaminas A, C, D, K2 y grupo B), minerales esenciales (incluidos magnesio, zinc, selenio), factores vitamínicos (coenzima Q10, ácido lipoico), ácidos grasos omega 3 y 6, aminoácidos básicos; insuficiencias que al contrario de lo que se piensa, son muy frecuentes en la población. Por ejemplo, los niveles bajos de glutatión  (antioxidante celular que depende de los aminoácidos cisteína y glicina) esté muy relacionada con mala evolución de la COVID. O bien, los bajos niveles de vitamina D incrementan el riesgo de infección por el virus SARS CoV-2, así como, de hospitalizaciones, enfermedad grave y muerte por este virus; y la administración de vitamina D mejora la evolución de los pacientes con COVID-19, el riesgo de complicaciones y de muerte. El riesgo de fallecer por COVID es mayor en las personas con bajos niveles de omega 3. Y lo mismo ocurre con otros micronutrientes básicos. Por el contrario, el exceso de micronutrientes proinflamatorios, como el ácido linoleico (omega 6), aumentan la mortalidad por COVID.
  • Presentar exceso de tóxicos en su organismo: tabaco, alcohol, drogas, fármacos, contaminantes ingeridos (alimentos procesados, alimentos grasos no ecológicos…), inhalados (ambientales, glifosato…) o por contacto, metales tóxicos como mercurio y aluminio… Existe una clara relación entre el aumento del porcentaje de afectados por COVID-19 de una región con el incremento de los niveles de contaminación atmosférica (dióxido de nitrógeno…), un cambio adverso de las condiciones climáticas, y el ser zonas mas pobladas e industrializadas.
  • Estar expuesto a un exceso de radiaciones electromagnéticas: móviles, Tablets, ordenadores, antenas de telefonía móvil, wi-fi, algunos sistemas de iluminación, trasformadores, microondas… y especialmente la tecnología 5G. Pueden afectar al sistema inmune, activar virus latentes, empeorar la evolución de patologías crónicas, entre otros efectos.

Todos estos factores de riesgo están interrelacionados con la microbiota que tiene un importante papel en las infecciones y su evolución. La microbiota es una comunidad de microorganismos (bacterias, virus…) interconectados que trabajan juntos en equilibrio como un todo, como un organismo comunitario que reside en distintas localizaciones: microbioma de boca, laringe, nasal, estómago, intestino delgado, intestino grueso, uretra, vagina, conjuntiva, la piel de una región…; con una gran simbiosis entre las células del cuerpo y sus bacterias y virus, no siendo posible entenderlos por separado: las bacterias tienen genes que codifican proteínas y catalizan reacciones en el metabolismo celular. El ser humano es un ecosistema de células y microorganismos y si se rompe este equilibrio, pueden predominar virus y hongos patógenos. Virus y otros patógenos (incluyendo parásitos) que permanecen latentes, pueden reactivarse con el SARS CoV-2 (por ejemplo el virus Ebstein-Barr). La interactuación de distintos virus y patógenos en una microbiota desequilibrada es lo que puede causar una infección más grave.

Además, estos factores de riesgo, especialmente el estado micronutricional y los niveles de tóxicos y radiaciones, son decisivos para la epigenética y la expresión génica de la persona. Recientemente se ha demostrado que la dotación epigenética de la persona influye en la evolución de la COVID-19, y se han identificado variaciones epigenéticas, presentes en un elevado porcentaje de la población, en los pacientes que desarrollaban una evolución grave de la COVID-19. Las moléculas epigenéticas son un sistema de moléculas “por fuera” o “alrededor” del ADN que, mediante diversos mecanismos desactivan o activan en mayor o menor intensidad a los genes (expresión genética). Por ejemplo, influyendo en la expresión de genes asociados a excesiva respuesta inflamatoria y a un peor estado de salud. Pero afortunadamente, la expresión de los genes depende de las moléculas epigenéticas y estas, a su vez, dependen de factores como el aporte de micronutrientes, la exposición a moléculas tóxicas y radiaciones, la actividad física, el sueño, el estrés y el estado de ánimo, sobre los que podemos actuar eficazmente.

La combinación de varios de los factores de riesgo mencionados anteriormente afecta al sistema inmunitario (disregulación inmune sistémica), aumenta la infectividad y replicación de los virus (sea el SARS-CoV-2 u otro tipo), y favorece que se produzca lesión microvascular, hiperinflamación e hipercoagulabilidad, con exceso de inflamación en tejidos (tormenta inflamatoria), un daño en la hemoglobina liberándose hierro, neumonitis química (no infecciosa sino tóxica), hipoxia en todos los tejidos (debido a que la hemoglobina ha perdido su capacidad de unirse al oxígeno), daño y coágulos en vasos sanguíneos, coagulación intravascular diseminada, y diversos daños en los órganos, especialmente en tracto gastrointestinal y pulmones, seguido de sistema nervioso, corazón, hígado y riñón. El uso de sedación y ventilación mecánica (respiradores) en estos pacientes empeora el pronóstico (fallecen una mayoría de los tratados así porque no es un problema de fallo ventilatorio), siendo más efectivo el tratamiento con otras técnicas, incluida la oxigenoterapia con cánulas nasales a bajo flujo. Con ozonoterapia ya hay evidencia de eficacia en estos pacientes.

Todos estos daños comentados pueden dejar secuelas posteriores, como fibrosis pulmonar, cardiopatías, neuropatías, insuficiencia adrenal y alteraciones en otros órganos. Cuanto mas tarde se aplica el tratamiento correcto y cuanto mayor el daño y la agresividad del tratamiento, mayor la probabilidad de secuelas y patologías derivadas, aunque también se dan en personas afectadas leves. Tanto la infección viral como los fármacos aplicados alteran las mitocondrias de diversos tejidos, lo que puede alterar funciones orgánicas y dar debilidad muscular, fatiga y también disnea. Cuando los síntomas persisten se le llama síndrome Post-COVD o síndrome Long-COVID. Patología nueva que afecta a muchas personas e incluye todo tipo de síntomas: musculares (fatiga), articulares (dolor), neurológicos (“niebla cerebral”), psíquicos, cardiovasculares, gastrointestinales, cutáneos, inmunitarios y autoinmunes (nuevas respuestas inmunes y alergias-intolerancias)… etc.

Sin la combinación de varios de los factores de riesgo mencionados, resulta mucho más difícil que las infecciones respiratorias causen estos efectos devastadores en el organismo y también que provoquen síntomas y secuelas posteriores.

Una persona puede ser considerada sana y sin riesgos, pero cuando se estudia adecuadamente resulta que presenta varios de estos factores. Por ejemplo: insuficientes vitaminas D, K2, C y B12, magnesio, zinc o selenio, o ferritina elevada, o hígado graso, o perímetro de cintura elevado, o trabajar en lugar contaminado y con radiaciones y presentar un exceso de tóxicos, o realizar exceso de ejercicio sin complementar adecuadamente… Factores responsables de variaciones epigenéticas que afectan la expresión de determinados genes, implicando que al contagiarse su evolución sea desfavorable y/o presente secuelas.

Muchos de estos factores de riesgo causantes de mala evolución de las infecciones no se tienen en cuenta. Deberían considerarse y actuar sobre ellos o no conseguiremos vencer realmente a esta pandemia ni a las que vengan a continuación, ni tampoco a las epidemias de enfermedades crónicas que ya estamos padeciendo y de las que se habla poco, aunque son causa de mucha mayor morbilidad y mortalidad: obesidad, diabetes, cardiopatías, EPOC, esteatosis hepática, depresión, demencia, patologías autoinmunes, cáncer… etc.

Todos esperan el descubrimiento del fármaco que mate a este virus. Pero los virus mutan, y aparecen otros nuevos, y el fármaco “descubierto” se aprobará mediante estudios cuestionables, o dejará de ser efectivo, o no actuará en ciertas formas o etapas de la enfermedad, o podría tener efectos peores que la propia infección en ciertos pacientes. Los fármacos utilizados actualmente presentan toxicidad mitocondrial, aumentan el riesgo de cardiopatías y, estoy convencido que también de secuelas. Además, los tratamientos farmacológicos no solo no solucionan los factores de riesgo, sino que los acentúan, son tóxicos y agravan el desequilibrio micronutricional y la disfunción mitocondrial. Evidentemente que el médico necesita armas para actuar en situaciones agudas con el paciente seriamente comprometido, pero si no atenúa su toxicidad y corrige factores de riesgo, los daños ocasionados en el paciente pueden conducir a muy diversos trastornos y patologías. Los fármacos realmente eficaces para sacar adelante al paciente en situación critica siguen siendo los mismos de siempre: corticoides, antibióticos y anticoagulantes; y serían todavía mas eficaces y menos tóxicos si se asociaran a conjuntos micronutricionales. En la COVID-19 es eficaz la budesonida (corticoide inhalado), añadiendo, si es necesario, dexametasona (corticoide oral), pero previniendo la depleción de glutatión que provoca mediante micronutrientes (glicina, N-acetilcisteína, Vit C, ácido R-lipoico).

No es posible un fármaco curativo milagroso, siempre serán moléculas extrañas al cuerpo, que pueden mejorar parámetros o funciones, pero empeoran otros, especialmente cuando se combinan varios fármacos. Muchos nuevos fármacos se dirigen a proteínas del cuerpo (proteínas diana) para conseguir su acción, pero estas proteínas tienen su función, a menudo desconocida, en otros lugares del organismo. Una infección no se vence solo inhibiendo o matando al patógeno. Para evitar consecuencias (incluido el exceso de respuesta inflamatoria) y que no se repita, siempre debe restaurarse la capacidad de la persona para superar dicha infección, lo que implica mejorar: los niveles de glutatión, la función mitocondrial y la respuesta inmune. La única forma de curar una enfermedad es hallar y solucionar sus causas, además de neutralizar los efectos dañinos de los fármacos que ha sido necesario administrar, utilizando solo los imprescindibles.

Está investigándose el tratamiento con anticuerpos de amplio espectro purificados a partir del plasma de personas infectadas por el virus SARS-CoV-2, con el fin de neutralizarlo y producir inmunidad al administrarlo por vía subcutánea. Este enfoque de tratamiento es muy interesante y podría ser eficaz para mejorar la evolución clínica de pacientes infectados, con pocos efectos secundarios. Muchas personas con COVID han sido tratadas con éxito mediante la transfusión del plasma con altos niveles de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 de personas que se recuperaron del virus.

Ya se ha iniciado la vacunación masiva de la población.  Pero las primeras vacunas son aprobadas a través de un proceso acelerado (autorizadas para uso de emergencia, pero no aprovadas para prevenir la COVID), sin una vigilancia adecuada, ni evaluación correcta de efectos secundarios, ni haber completado la fase 3 de ensayos clínicos. Los ensayos de esta forma no exponen si puede tener efectos genéticos dañinos, como ha ocurrido ya con otras vacunas utilizadas, causantes de trastornos graves. Las personas genéticamente predispuestas a la autoinmunidad y a la alergia podrían ser de las mas afectadas por las nuevas vacunas. Los coadyuvantes que se incorporan a las vacunas (hidróxido de aluminio en las inactivadas, PEG por primera vez…) con diferentes funciones ya se ha demostrado que pueden presentar efectos adversos y respuestas autoinmunes.

Una nueva “vacuna” que se ha creado en poco tiempo no utiliza virus vivos o atenuados, sino ARN por primera vez (Pfizer, Moderna). Tecnología nueva que inyecta ARNm (molécula “mensajera” que lleva instrucciones específicas) sintético encapsulado en una membrana lipídica (nanolípidos que nunca fueron utilizados) para que pueda entrar en las células del cuerpo con el fin de instruirlas para empezar a producir una versión modificada de la proteína espiga (Spike) del virus SARS-CoV-2 y así estimular la producción de anticuerpos contra ella. Esta terapia esta diseñada para reducir los síntomas clínicos, no para generar inmunidad ni para evitar el contagio. Las “vacunas” de AstraZeneca y Johnson & Johnson se diferencian en que utilizan ADN y un adenovirus (vector viral) para entrar en las células y dar las instrucciones para producir la proteína Spike y generar  anticuerpos contra el virus. En realidad todas ellas no son vacunas (no cumplen los criterios) sino que son terapias génicas (si cumplen los criterios). Es decir, estamos ante un virus nuevo que no conocemos bien, se utilizan técnicas nuevas y se han desarrollado las “vacunas” en meses.

Según el inmunólogo Dr. Byram Bridle. Se supone que, como las vacunas tradicionales, las nuevas “vacunas” se inyectan en el músculo del hombro, permanecen en el, y una pequeña cantidad drena a los vasos linfáticos locales. Instruyen a las células musculares para que fabriquen la proteína Spike, se produzcan anticuerpos, y no va a ningún otro lugar del cuerpo. Sin embargo, no es así. La proteína Spike fabricada entra en la circulación sanguínea y se acumula en varios órganos como bazo, médula ósea, hígado, glándulas suprarrenales, ovarios… y también en la leche materna. La proteína Spike puede unirse a los receptores de las plaquetas y a las células que recubren los vasos sanguíneos, siendo causa de trastornos de la coagulación, daño cardíaco y neurológico. El gran error fue pensar que la Spike era solo un gran antígeno productor de anticuerpos, cuando es una toxina y proteína patógena. Añado a lo dicho por el Dr. Bridle que la cantidad de proteína Spike producida por estas “vacunas” en cada persona es distinta, y las reacciones y consecuencias para su salud dependen de dicha cantidad y del órgano en el que se acumulan.

Si se comercializa una vacuna, debe mostrar evidencia clara de que:

  • Reduce el número de personas portadoras del SARS-CoV-2 asintomáticas que pueden contagiar, es decir, crea inmunidad y protege de transmitir el virus. Las actuales “vacunas” no evitan la replicación y transmisión de variantes virales, y una persona “vacunada” puede infectarse y también padecer COVID. La tasa de infección podría ser la misma en las personas “vacunadas” que en las no “vacunadas”, y con igual carga viral.
  • Reduce el riesgo no solo de síntomas, sino de casos graves de hospitalización y muerte en las personas con factores de riesgo.
  • Produce buena respuesta inmunitaria en personas de más de 65 años.
  • La protección ofrecida es duradera, para no precisar dosis de refuerzo repetidamente. La efectividad de la nuevas “vacunas” podrían reducirse significativamente a los 5 meses, y la duración de la protección reducirse con las nuevas variantes.
  • No puede alterar permanentemente el ADN genómico de la persona.
  • No puede provocar una patología más grave, por una respuesta inmunitaria anormal (por ejemplo una reacción inmune exagerada cuando la persona vacunada se expone al virus, o a una variante…). La “vacuna” de AstraZeneca podría producir una fuerte respuesta inmune y podría causar coágulos sanguíneos asociados a bajos niveles de plaquetas, especialmente en mujeres jóvenes. La de Pfizer podría causar miocarditis y pericarditis (inflamación, hipertrofia, insuficiencia… cardíacas) de forma directa. La de Moderna podría causar hepatitis autoinmune. Un elevado porcentaje de personas presentan un aumento del dimero D después de “vacunarse”, indicando que se forman coágulos (microcoágulos) en su sistema vascular.
  • No hay un mayor riesgo en las personas que ya han padecido COVID (diagnosticadas o sin saberlo), ni tampoco cuando se expongan a este u otros virus mas adelante. Las “vacunas” utilizadas actualmente (Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Johnson & Johnson…) podrían presentar un mayor riesgo de incidencia y gravedad de efectos secundarios en personas que han estado expuestas al virus, efectos que todavía pueden ser peores si la infección es reciente o esta activa. Las “vacunas” de AstraZeneca y Johnson & Johnson podrían incrementar el riesgo de infectarse por otros virus.
  • No pueden comprometer la inmunidad innata de niños y adultos.
  • No puede producir autoanticuerpos que ataquen los propios tejidos.
  • Es segura en personas mayores, niños, mujeres fértiles, mujeres embarazadas, personas inmunodeprimidas y las que padecen procesos alérgicos, autoinmunes y diversas patologías. Las nuevas “vacunas” producen muchas mas reacciones adversas que las vacunas habituales,  especialmente después de la segunda dosis y mas en personas jóvenes. No se han realizado estudios preclínicos con animales y en los estudios no incluyeron personas con patologías, personas mayores, niños ni mujeres embarazadas. El estudio de fase 3 (fase de seguridad y efectividad) de Pfizer termina a final del 2022.  Los anticuerpos producidos por las nuevas “vacunas” podrían reducir la inmunidad innata (la que nos protege de las infecciones y enfermedades), lo que resulta especialmente preocupante en niños.
  • Es efectiva para las nuevas cepas o variantes del virus que van surgiendo continuamente, porque no es posible ir revacunando a la población, y existe riesgo de resistencia vacunal. Las “vacunas” actuales podrían ser menos efectivas para las nuevas variantes que van surgiendo.

Evidencias que necesitan años de investigación y seguimientos, completando los ensayos clínicos de fase 3, resultando imposible lograrlas en meses. Además, con estas nuevas “vacunas”: ¿Se conocen las dosis adicionales necesarias:?… ¿dos, tres, cuatro…? ¿Se conoce la periodicidad de la revacunación?… ¿anual, semestral…? ¿Supone algún riego añadido para la persona recibir todas estas dosis, administrarse diferentes tipos de vacunas para la COVID, además de las vacunas habituales aconsejadas por sanidad? ¿Se estudia y tiene en cuenta la mortalidad general a corto, medio y largo plazo en las personas vacunadas? ¿La vacunación y revacunación masiva de la población no facilitará mutaciones del virus a cepas mas contagiosas o más virulentas? ¿Es asumible por la sociedad este tipo de vacunación repetida a toda la población? Si pudiera elegir, prefiero una auténtica vacuna basada en el propio virus, pero atenuado, no virulento, y administrada por vía intranasal u oral, como la que se está desarrollando por el CSIC en España.

Por otro lado, la acción protectora de una vacuna se produce al activar al sistema inmune adecuadamente, y esto no es posible si este sistema no dispone de sus componentes en buenas condiciones, lo que depende del correcto aporte micronutricional básico (incluida la vit D) y la reducción de los factores de riesgo mencionados. En las respuestas inmunes (producción de anticuerpos) de las vacunas y también en sus efectos secundarios, puede influir el estado de la microbiota intestinal. Estas son causas de falta de respuesta a vacunas de uso común en un porcentaje elevado de personas de edad avanzada, y también en todas las edades. Precisamente las personas teóricamente mas necesitadas de una vacuna para el SARS-CoV-2, podrían ser las que tuvieran una respuesta mas débil o defectuosa, si no se restablece su sistema inmunitario mediante micronutrición antes de administrarla.

Parece demostrado que las personas vacunadas de la gripe podrían ser mas vulnerables a la infección por otros virus no contenidos en la vacuna, incluidos los coronavirus, y se desconocen los efectos de administrar en la misma temporada las vacunas contra la influenza (gripe) y el SARS-CoV-2. Hay estudios mostrando que cuanto mayor es el porcentaje de vacunados para la gripe en el país mayor el número de muertes por COVID por millón de habitantes, lo que no significa ser la causa, pero hace preguntarnos si las personas vacunadas podrían tener mas riesgo de infectarse y fallecer por COVID. El virus SARS-CoV-2 probablemente desplace a otros virus como los del resfriado y la gripe, no produciéndose la epidemia habitual de virus respiratorios ni de la gripe. Los casos positivos de influenza han disminuido hasta casi desaparecer, incluso en los países del hemisferio sur. La incidencia de infecciones víricas (no COVID) en general, y también las exacerbaciones en pacientes respiratorios crónicos, es muy baja este otoño-invierno 2020-2021 (solo de gripe se produjeron 35.000 hospitalizaciones en España el año pasado con una epidemia moderada, y antes de la pandemia fallecían por influenza 650.000 personas al año en el mundo). Quizás porque es difícil que las células se infecten por mas de un virus a la vez, o por las medidas anticontagio que se toman, o por diagnosticar como COVID casos de otros virus…? Sin embargo, sanidad sigue recomendando la vacunación masiva contra la gripe.

La inmunidad adquirida de forma natural presenta varias ventajas sobre las vacunas: estimula globalmente a la inmunidad en todos sus componentes, protege de varios virus y variantes y es duradera, lo que no se consigue con las vacunas. La forma que tenemos de controlar a los virus es mediante células del sistema inmune innato como las NK, sin necesidad de generar anticuerpos. La gran mayoría de personas evitan la infección viral de esta forma, activando muchos efectores distintos del sistema inmune, interrelacionados entre si para modular la respuesta inmune. Esta inmunidad celular se dirige a cualquiera de las proteínas del virus, incluidas las internas, que varían menos con las nuevas mutaciones. Por el contrario, las nuevas “vacunas” no modulan la respuesta inmune, y el virus solo tiene que mutar algunas proteínas para escapar. Las personas “vacunadas” podrían tener mayor probabilidad de infectarse por algunas variantes que las sin “vacunar” previamente infectadas, y también mayor riesgo de hospitalización. En mi opinión, la única manera de fortalecer al sistema inmune de la persona en su conjunto y de forma eficaz frente a las infecciones con sus distintas variantes y las enfermedades es mediante micronutrición y reducción de tóxicos, junto a una inmunización de forma natural.

Como resolver los factores de riesgo de la COVID-19

La clave para enfrentarnos con éxito a las epidemias de origen infeccioso esta en corregir los factores de riesgo y mejorar el sistema inmune de las personas. Las infecciones en su fase aguda deben tratarse a menudo mediante antibióticos y otros fármacos. Sin embargo, para prevenirlas, atenuar su intensidad y evitar daño en el organismo, complicaciones y secuelas, solo es posible lograrlo cuando se mejora el sistema inmunitario y se corrigen los factores de riesgo, incluyendo la restitución de los niveles de glutatión (el principal antioxidante celular) y la función mitocondrial en los tejidos afectados. Consiguiendo así, además:

  • mejorar las enfermedades que ya está padeciendo la persona,
  • prevenir patologías a las que tenga una predisposición genética y
  • evitar muchos efectos adversos ocasionados por los fármacos.

Los factores de riesgo mencionados en el artículo anterior se corrigen aplicando medicina micronutricional, que incluya aporte de micronutrientes, alimentación adecuada y reducción de tóxicos y radiaciones, junto a la práctica adecuada de actividad física, sueño reparador y un buen estado psíquico. Las mitocondrias (“motores” de energía de la célula) cuando están dañadas solo es posible mejorarlas mediante micronutrición que incluya: vitaminas B activas, vitamina C, magnesio, coenzima Q10, ácido R-lipoico, NAC y acetil-L-carnitina.

Todos los factores de riesgo se atenúan mediante el método Dr Cardona expuesto en esta web, que aporta el conjunto de nutrientes básicos: vitaminas activas y minerales, factores vitamínicos, ácidos grasos omega 3 y 6 y aminoácidos básicos; reduce las moléculas proinflamatorias y tóxicas (incluido ácido linoleico, fructosa, grasas trans y metales pesados) en el cuerpo y equilibra la microbiota. Mejorando así los niveles de glutatión, la función mitocondrial celular y el sistema inmunitario.

Sin embargo, en función del factor de riesgo puede ser conveniente añadir a los complementos básicos del método, algunos micronutrientes básicos u otros nutrientes, por ser frecuentemente insuficientes sus niveles en tejidos, y lograr así mejores resultados:

  • Si obesidad, especialmente obesidad abdominal, resulta eficaz añadir:  R-lipoico
  • Si glucemias o hemoglobina glicosilada elevadas, resulta eficaz añadir: R-lipoico
  • Si función hepática alterada o esteatosis hepática, resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si ferritina elevada, resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si exceso de tóxicos, como tabaco, alcohol, contaminantes o metales tóxicos: mercurio, aluminio, cadmio, arsénico…; resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si exceso de radiaciones, también resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si sueño no reparador, resulta eficaz añadir: Melatonina. Podría ayudar a mejorar al sistema inmune y reducir la “tormenta inflamatoria”. La melatonina reduce el riesgo de infección y mejora la evolución de la COVID-19.
  • Si exceso de actividad física: R-lipoico + NAC + Glicina.
  • Si toma fármacos que dañan las mitocondrias o al sistema inmune, como las estatinas y los  corticoides, el médico debe valorar el substituirlos por otros de menor riesgo.
  • Si enfermedad crónica de cualquier tipo: respiratoria, cardíaca, hepática, renal, digestiva, neurológica, psíquica, inmunodeficiente, autoinmune, cáncer…, o síntomas de sospecha de disfunción mitocondrial (fatiga muscular, déficits cognitivos…),  resulta eficaz añadir: Vit A + Vit C + Vit D + Vit K2 + Zinc + Magnesio + N-Acetil-Carnitina + Glicina + Rlipoico + NAC 
  • Si patología respiratoria: alergia respiratoria, asma, EPOC, fibrosis pulmonar…, resulta eficaz aumentar niveles de glutatión (NAC + Glicina + Vit C + R-lipoico) y añadir: Quercetina,
  • Si vitamina D insuficiente, es necesario siempre analizar sus niveles, y aportar el tipo y la cantidad de Vit. D de acuerdo con los resultados de los controles. Si se administra vit D se crea mayor demanda de Vit K2.
  • Si síntomas que hacen sospechar infección, añadir lo antes posible: Rlipoico + NAC + Glicina + Vit C + Vit A + Quercetina + Zinc + Melatonina; analizar la Vitamina D (calcidiol y calcitriol) y aportar vit D3, o calcidiol, o calcitriol a la dosis adecuada, teniendo en cuenta la vit K2 y el magnesio. Si se administran dosis elevadas de Vit. C, debe incrementarse la producción de glutatión mediante: NAC + Glicina + Vit C + R-lipoico.

Controlar o neutralizar los factores de riesgo antes y durante las infecciones por SARS-CoV-2 o cualquier otro patógeno, mejora la función mitocondrial y el sistema inmunitario y aporta muchos beneficios: 

  • previene infecciones,
  • atenúa los síntomas de la infección,
  • mejora la evolución si se contrae la enfermedad infecciosa,
  • reduce los efectos secundarios de los tratamientos aplicados,
  • evita o atenúa las secuelas que pueden presentarse posteriormente,
  • mejora la calidad de vida tanto física como psíquica,
  • favorece una buena evolución de los factores de riesgo y de las patologías que padece la persona, evita complicaciones, pruebas médicas e ingresos, y ayuda a reducir fármacos.

En mi opinión, de acuerdo con los estudios publicados y mi experiencia clínica, el conjunto micronutricional mas eficaz en las infecciones víricas (incluida la del SARS-CoV-2) en cualquier persona, para prevenir la infección, mejorar la evolución cuando se infecta y evitar las secuelas, consiste en la combinación de: vitaminas (A, D3, C, E, MK-7, B en sus formas activas), minerales (zinc, magnesio, selenio), factores vitamínicos (coenzima Q10, R-lipoico, carnitina), ácidos grasos omega 3 y 6 en forma activa (GLA, EPA, DHA), glicina, N-acetilcisteina (NAC) y quercetina con gluconato de zinc. Añadiendo mayor dosis de vitamina D3 (diariamente, no en bolus cada 15 o 30 días) junto a K2 (MK-7) y magnesio en función de los niveles que presente la persona. Si presenta síntomas sospechosos de COVID, añadir vitamina C liposomada y más NAC, zinc y quercetina. Es la forma más eficaz de mejorar la función mitocondrial de los tejidos afectados, al tiempo que incrementamos sus niveles de glutatión, el antioxidante intracelular mas necesario y alterado en las infecciones y patologías persistentes. Por otra parte, la enzima proteolítica sistémica Natokinasa puede ser muy útil para evitar la coagulopatía que implica la COVID, especialmente en personas con riesgo mas elevado. Todos los médicos deberían conocer esto, y pautarlo a sus pacientes, en lugar de dar solo paracetamol. Quizás entonces el panorama cambiaría.

La única forma eficaz de mejorar la evolución de las personas con síndrome post-COVID o long-COVID es aplicando micronutrición y reducción de tóxicos. En primer lugar aportar los micronutrientes básicos junto a una alimentación adecuada, y a continuación valorar mediante síntomas y análisis los niveles de distintos micronutrientes (vitaminas, minerales, omega 3 y 6…) y tóxicos (grasas trans, metales…). Para poder añadir los nutrientes insuficientes mediante los conjuntos adecuados, y así  lograr las condiciones fisiológicas que permitan iniciar una rehabilitación física con éxito. En mi opinión, los fármacos nunca podrán conseguir mejorar a las personas con long-COVID.

El organismo de una persona necesita del conjunto completo de nutrientes básicos para funcionar correctamente, incluyendo la producción de energía (función mitocondrial), la capacidad antioxidante y antiinflamatoria, el equilibrio de la microbiota, el sistema inmunitario y la función de todos los órganos, completamente interconectados entre sí. Solo que uno de estos micronutrientes activos sea insuficiente, hecho frecuente en todas las edades, el organismo deja de funcionar correctamente y aparecen síntomas y patologías. Y desafortunadamente los médicos no suelen pensar en los micronutrientes, porque no se incluyen en su formación ni en la investigación médica convencional.

Aportar el conjunto micronutricional básico y reducir nutrientes proinflamatorios (como el ácido linoleico y la fructosa), no comporta ningún riesgo, efecto adverso, ni interacción, y puede cambiar favorablemente la evolución del paciente. No perdemos nada y podemos ganar mucho.

Tendría más sentido que en los protocolos de intervención médica, se aplicara micronutrición, antes o al mismo tiempo de aplicar fármacos y otros tratamientos. Así podría corregirse la posible coexistencia de una insuficiencia micronutricional y disfunción mitocondrial causal de base, que el tratamiento médico casi siempre va a acentuar. Se presupone, incluso en pacientes con factores de riesgo y crónicos, que el cuerpo ya dispone de todos los metabolitos nutricionales esenciales; por desconocimiento, porque ya existe suficiente evidencia de que no es así. Es preferible aportar una base de micronutrientes para asegurar unos mínimos niveles en tejidos, ya que no representa ningún riesgo hacerlo.

Se evitarían tratamientos agresivos, efectos adversos, complicaciones y dinero, al mejorar suficientemente a muchos pacientes debido a que el principal problema de base a menudo es un desequilibrio micronutricional junto a un exceso de moléculas tóxicas.

No estoy en contra de la medicina convencional, ni de los fármacos.  Soy un médico de formación convencional (no de medicinas alternativas) y los fármacos son necesarios y los utilizo diariamente. Pero si me preocupa mucho que los médicos no consideren a los micronutrientes como una herramienta terapéutica habitual. Es como si los micronutrientes no existieran, a pesar del acumulo de investigación y de experiencia clínica, de ser la única forma de mejorar los niveles de glutatión y la función mitocondrial, y de la rápida mejoría observada en casi todos los pacientes que se aplican correctos protocolos micronutricionales y de alimentación junto a reducción de moléculas tóxicas. La medicina es solo una: la que funciona con poco riesgo y suficiente evidencia científica por estudios y/o acumulación de experiencia.

No estoy en contra de las vacunas, cuando cumplen los criterios de una vacuna (no los de una terapia génica), y se desarrollan, fabrican y aplican adecuadamente. Son necesarias y han salvado muchas vidas. Tal como está la situación y con un sistema de salud que no considera la micronutrición, no veo otra salida que aplicar vacunas lo antes posible. Es obvio que si la población sigue con sus factores de riesgo y sus desequilibrios micronutricionales, debe vacunarse con lo que disponemos (pero sin cambiar el tipo de “vacuna” en la misma persona), excepto: los niños y adolescentes, las mujeres embarazadas y lactantes, las personas que ya han padecido infección por SARS-CoV-2, las que tienen anticuerpos, las que presentan procesos autoinmunes, las convalecientes de enfermedades y las descompensadas de sus patologías crónicas. En mi opinión, la forma óptima de proceder sería no vacunar a las personas que ya se han infectado, realizar una prueba de anticuerpos IgG si tienen sospechas de haberse infectado y, cuando presentan síntomas recientes, también una PCR. Si ya se han infectado o alguna de estas pruebas da positivo, no vacunar porque ya están protegidas por una inmunidad celular duradera y por el riesgo de producir inflamación (reacción inmunitaria adversa) y daño en los tejidos (corazón, pulmón, cerebro…) donde permanecen antígenos virales después de la infección natural. Las personas que se han infectado por SARS-Co-2 deberían obtener un certificado de inmunidad con mayores beneficios que estar vacunado o tener una PCR negativa.

El principal argumento utilizado para la vacunación masiva de la población es que el riesgo de no vacunar es muy superior al riesgo de vacunar. Y es un argumento razonable, pero todos (incluidos científicos y políticos) deberíamos hacernos algunas preguntas como: ¿Estamos seguros de que al vacunar y revacunar masivamente a la población durante una pandemia el virus no mutará en cepas resistentes a dichas vacunas? ¿El beneficio de vacunar a niños, adolescentes y adultos jóvenes es superior al riesgo que comporta a corto y largo plazo? ¿Si una persona no presenta o tiene bien controlados los factores de riesgo (ver artículo anterior), el riesgo de patologías y muerte a corto y largo plazo por COVID es superior al de la “vacuna” (o diferentes tipos de vacunas) que le administrarán? ¿Tiene sentido utilizar tantos recursos y esfuerzos en vacunas, fármacos, medidas y restricciones, y tan pocos en reducir los factores de riesgo de la población (como la obesidad), que son los mismos implicados en las enfermedades causantes de mas fallecimientos que la COVID? ¿Tiene sentido haber perdido una oportunidad de oro para reducir en la población los principales factores de riesgo de infecciones, cardiopatías y cáncer? Quizás si, pero lo dudo, y como médico preferiría que se corrigieran las causas en las personas, se mejorara su sistema inmune y se consiguiera una inmunidad adquirida de forma natural.

Podría no ser necesaria la vacunación generalizada si:

  • se protegiera con medidas anticontagio adecuadas a las personas con determinados factores de riesgo.
  • se redujeran factores de riesgo en la población como hemos visto.
  • se implementaran los purificadores de aire en lugares públicos.
  • se tuviera en cuenta que virus diferentes pueden inducir inmunidad entre ellos, que el número de personas infectadas por diferentes virus y variantes es cada vez mayor, aumentando la protección de las personas, lo que evita su reinfecci´ón, o bien, se infectan pero con síntomas leves o moderados.
  • se tuviera en cuenta que con el tiempo la agresividad o patogenicidad del virus irá atenuándose (las variantes pueden ser mas contagiosas, pero son mas débiles, menos graves), siempre que los virus vayan mutando de forma natural, no bajo presión de tratamientos y vacunas. Si las bacterias y virus se someten a presión mediante antibióticos o anticuerpos, pero persisten en el entorno, puede facilitarse su mutación a cepas mas virulentas. Cuando la “vacuna” no previene la infección y transmisión (lo que si consiguen las verdaderas vacunas), podría facilitarse una evolución a nuevas variantes.
  • se tuviera en cuenta que este virus no desaparecerá, seguirá entre nosotros, como tantos otros virus. Por mas vacunas y terapias de última generación que apliquemos.

En mi opinión, la micronutrición junto a la reducción de factores de riesgo es mas eficaz que las “vacunas” para evitar enfermar por COVID y contagiar, basándome en el acumulo de experiencia y en los estudios publicados. Por tanto, escoger esta opción no es ser irresponsable e insolidario, como si lo son las personas que no se aplican micronutrición, ni medidas anticontagio, ni vacunas. Además, las personas con inmunidad celular natural están mas protegidas y contagian menos que las vacunadas sin dicha inmunidad. A mi modo de ver hay tres opciones:  micronutrición, vacuna, o vacuna junto a micronutrición. Pero reconozco lo difícil que resulta entender y aceptar la primera opción por las demás personas y organismos, y por la medicina convencional que no considera la micronutrición en sus protocolos. Y admito lo difícil también de esta elección con la presión de familiares, amigos, compañeros de trabajo, empresa, médicos… y los inconvenientes que acarrea. Entonces, si decide vacunarse le aconsejo igualmente un conjunto micronutricional adecuado y reducir factores de riesgo, para mejorar sus mitocondrias, su sistema inmune… Mitigando así los posibles efectos adversos de la vacuna, y reduciendo el riesgo de contraer COVID (los vacunados pueden infectarse) e infecciones por otros virus.

Creo firmemente que la única manera de vencer realmente las epidemias que padecemos: infecciosas, de enfermedades crónicas y de cáncer, es mediante medicina micronutricional y reducción de tóxicos. Los fármacos ayudan a manejar situaciones agudas y las vacunas pueden reducir el número de contagiados por algunas infecciones,  siendo necesarios, pero no solo no actúan sobre los factores causales, sino que los incrementan.

Finalmente, lo que voy a decir sé que es utópico, por diferentes motivos, pero voy a decirlo para hacernos pensar.

Si se pudiera realizar un screening a toda la población de los principales factores de riesgo mencionados con un simple cuestionario y análisis de sangre, podrían conocerse los sujetos más susceptibles a tener una mala evolución con la COVID-19. Estos sujetos serían “personas de riesgo” que deberían seguir unos sencillos protocolos establecidos para:

  • evitar contagiarse y contagiar y
  • reducir los factores de riesgo.

Posteriormente se les practicaría un control para valorar si aún son “personas de riesgo”, y establecer las medidas a seguir de acuerdo con el riesgo y la situación general.

En cuanto a las personas consideradas de “poco riesgo”, a la mayoría se les aportaría un conjunto micronutricional básico que incluya vitaminas D y C y magnesio, y todas ellas seguirían con su vida normal: sin mascarilla, formándose, trabajando, realizando actividades de ocio, cuidando de las “personas de riesgo”, y ayudando a impulsar al país. Muchas se contagiarían por diferentes virus con pocos síntomas, inmunizándose, y así conseguiríamos una inmunidad colectiva natural a largo plazo que evitaría y atenuaría lo rebrotes, al tiempo que va reduciéndose la agresividad del virus, como ha ocurrido con la mayoría de infecciones víricas de la humanidad.

Potenciar los sistemas de purificación del aire en interiores de lugares públicos, geriátricos, centros médicos… Obligando a utilizarlos pero con ayudas públicas tanto al fabricante como al usuario. El beneficio no solo se obtendría de limpiar el aire de virus, bacterias, hongos… sino también de contaminantes.

Actuando de esta forma, no solo se lograría reducir la incidencia, morbilidad y mortalidad de las infecciones de todo tipo (incluida la COVID-19), sino que, al influir en los factores de riesgo, también se reduciría la incidencia, morbilidad y mortalidad de todas las patologías crónicas epidémicas que nos están dañando mucho más que los virus: obesidad, hipertensión, dislipemia, diabetes, cáncer, enfermedades cardíacas, respiratorias, hepáticas, digestivas, renales, reumáticas, neurológicas, psíquicas, alérgicas, inmunodeficientes, autoinmunes… Mejorando la calidad de vida de las personas afectadas, evitando muchos fallecimientos y ahorrando miles de millones en: fármacos, pruebas médicas, ingresos, intervenciones, asistencia social, dependencia, bajas laborales, paro, jubilaciones anticipadas … etc. Millones que en parte podrían destinarse a la investigación médica pública bien dirigida, incluyendo la medicina micronutricional, y a reducir todavía más los factores de riesgo en la población.

¡¡Y esta pandemia habría beneficiado a la salud de la humanidad!!

Veamos lo que opinan algunos profesores expertos en el tema:

La declaración de Great Barrington