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14. Apuntes sobre terapia molecular dirigida del cáncer

Extracto del artículo

La inmunoterapia se basa en potenciar el sistema inmune de la persona para intentar que este destruya el tumor. Sin embargo, la más utilizada es la inmunoterapia pasiva en la que se administran anticuerpos directamente y no se activa el sistema inmune global del cuerpo. Son los anticuerpos monoclonales.

La terapia dirigida del cáncer es un tratamiento protocolizado y personalizado en función del tipo de cáncer y de los análisis genético-epigenéticos del tumor. No mejora el microambiente tumoral, el sistema inmune global, el exceso de inflamación, la reprogramación metabólica, ni la disfunción mitocondrial (puede acentuarla).

Las terapias dirigidas presentan también efectos secundarios, en general, mejor tolerados que los de la quimioterapia, pero pueden ser graves. La terapia combinada: de diferentes terapias dirigidas y también con quimioterapia u otros fármacos, es lo más habitual y puede tener reacciones de toxicidad mayores que las previstas.

Esta estrategia en medicina oncológica para la investigación y el tratamiento del cáncer es imparable, y veo difícil que nos lleve a una curación del cáncer.

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La terapia dirigida del cáncer se está desarrollando recientemente y se considera un importante avance en el tratamiento del cáncer, utilizando nuevas generaciones de fármacos y otros tipos de terapia. Las más utilizadas son las distintas formas de inmunoterapia oncológica.

La inmunoterapia se basa en potenciar el sistema inmune de la persona para intentar que este destruya el tumor. Sin embargo, la más utilizada es la inmunoterapia pasiva en la que se administran anticuerpos directamente y no se activa el sistema inmune global del cuerpo. Son los anticuerpos monoclonales diseñados para que reconozcan y destruyan determinas células tumorales, se diseñan versiones de proteínas del sistema inmune que modifican las interacciones entre este y las células cancerosas. Recientemente se están obteniendo mejores resultados en destruir células tumorales mediante combinaciones de anticuerpos que con uno solo. Esta tecnología dirige el tratamiento a células específicas previamente estudiadas, causando menor toxicidad que la quimioterapia convencional en las células sanas. Pero por el momento las nuevas terapias no reemplazan a las tradicionales, y habitualmente se combinan con radioterapia y otros fármacos.

En la inmunoterapia del cáncer también se desarrollan fármacos que actúan sobre moléculas específicas que las células cancerosas producen para protegerse o “esconderse” del ataque del sistema inmune, o que interfieren en sus capacidades para ser efectivo. Pertenecen a las innumerables vías de escape que los tumores generan para eludir al sistema inmunitario y a los fármacos.

 Otra modalidad de inmunoterapia muy reciente consiste en extraer células inmunitarias (linfocitos T) del tumor del paciente, identificar las que son activas contra las células cancerosas, multiplicarlas en el laboratorio y transfundirlas al paciente. Otra versión podría ser en un futuro próximo: aislar linfocitos T de la sangre del paciente, modificarlos para que reconozcan las células cancerosas y las ataquen sin dañar a las células sanas, incrementar el número de estos linfocitos modificados en el laboratorio, transfundirlos al paciente, y esperar a que localicen a las células cancerosas y las destruyan. Estas estrategias podrían ser muy efectivas en un futuro próximo en personas con cáncer, principalmente si es invasivo y con metástasis.

La terapia dirigida del cáncer es un tratamiento protocolizado y personalizado en función del tipo de cáncer y de los análisis genético-epigenéticos del tumor, es decir, en función de las alteraciones genéticas-epigenéticas (mutaciones propias y adquiridas) detectadas en las células tumorales. Se determina el perfil genético del cáncer a partir de la biopsia de una muestra tumoral, o muy recientemente a partir de la biopsia líquida, analizando el ADN que las células tumorales pasan a la sangre, reduciendo riesgos y permitiendo estudiar la evolución del tumor y su respuesta a la terapia. La terapia se personaliza atendiendo a la genética del cáncer, se está pasando del diagnóstico histológico al diagnóstico molecular, centrándose en las mutaciones detectadas, independientemente de la localización del tumor.

La terapia dirigida del cáncer no actúa sobre el microambiente tumoral, lo que puede ser causa de resistencia o ineficacia cuando este impide que alcance a las células cancerosas. Un elevado porcentaje de cánceres no responden a la inmunoterapia, aunque, en ocasiones responden inicialmente pero posteriormente el tumor encuentra una vía para poder crecer y diseminarse.

 Las terapias dirigidas presentan también efectos secundarios, en general, mejor tolerados que los de la quimioterapia, pero pueden ser graves. Un efecto adverso especialmente preocupante es el de sobreestimulación del sistema inmune o autoinmunidad que puede confundir tejidos propios como ajenos y afectar a diversos órganos, complicando el curso de la enfermedad. Efectos secundarios de toxicidad frecuentes son los cutáneos, digestivos (diarrea…), hepáticos, pulmonares… La terapia combinada: de diferentes terapias dirigidas y también con quimioterapia u otros fármacos, es lo más habitual y puede tener reacciones de toxicidad mayores que las previstas. Debe tenerse en cuenta que las terapias dirigidas bloquean o inhiben moléculas (proteínas) que influyen en el crecimiento de células cancerosas, pero que también tienen otras funciones en el organismo, a menudo desconocidas.

 Cada terapia del cáncer se dirige a unos objetivos concretos y aislados (dianas) con el fin de matar a células cancerosas. Pero, cada tumor de cada persona produce unas proteínas propias que son el resultado de mutaciones génicas específicas de cada tumor. Las variedades moleculares y genéticas celulares que se buscan y la cantidad de genes responsables y de objetivos son enormes, además de ir cambiando, resultando muy difícil abordarlos en conjunto mediante las terapias convencionales debido a:

  • su cantidad y complejidad,
  • los cambios moleculares epigenéticos debidos a factores bioquímicos causales que persisten sin resolver,
  • una investigación molecular que mira aspectos concretos y no tiene una visión del todo,
  • el conocimiento aún muy fragmentado que tenemos de la biología,
  • la especificidad de los tratamientos aplicados: un fármaco para cada mutación detectada en las células tumorales,
  • las nuevas vías que halla la célula cancerosa para evitar la acción del fármaco y seguir proliferando: las células tumorales tienen una capacidad casi infinita de adaptarse a situaciones adversas y tóxicas, y
  • la agresividad, toxicidad e inhibición de moléculas necesarias para el organismo que comportan.

Las reacciones bioquímicas celulares no pueden verse como cadenas de pasos lineales sucesivos activados por moléculas diferentes, y si hay una disfunción considerar que es debida a una alteración en un paso, buscando un fármaco activo sobre la proteína que corrija dicha alteración, que es en lo que se basa el desarrollo de nuevos fármacos. Los componentes celulares y rutas metabólicas están completamente intercomunicados entre sí, tanto las moléculas físicas como la energía, con complejas interacciones, y el flujo lineal no funciona. Además, la expresión de los genes y la síntesis de proteínas varia con las señales del entorno (como hemos visto en otro apartado), y también una misma proteína se utiliza para funciones muy diferentes en los distintos tejidos en que se encuentra, pudiendo tener incluso efectos opuestos. Por tanto, los fármacos tienen un papel en ayudar a superar situaciones médicas, pero no pueden curar porque en las disfunciones (patologías) interactúan muchas proteínas, rutas metabólicas, moléculas, energía…, y la proteína sobre la que presentan acción tiene otras muy diversas funciones en el organismo con consecuencias imprevisibles si la modificamos.

Además, el cuerpo puede presentar reservas de células tumorales inmaduras que no crecen y permanecen ocultas con todo su potencial maligno (células durmientes) en la localización del tumor y extendidas a otros tejidos. Son células malignas sin crecimiento y por ello son resistentes a los fármacos, y pueden causar recaídas futuras de la enfermedad.

Con el tratamiento del cáncer ocurre algo parecido que con el tratamiento de las bacterias y virus, que encuentran formas de escaparse y seguir creciendo. La diferencia es que contra los virus y bacterias se utilizan fármacos dirigidos a proteínas ajenas al organismo, mientras que con el cáncer las proteínas “diana” forman parte del propio organismo y son necesarias para su normal funcionamiento, lo que puede provocar efectos secundarios importantes.

Desde el punto de vista genético el cáncer podría considerarse como cientos de enfermedades distintas, cada una con su estrategia terapéutica, lo que resulta complejo y muy difícil de abordar. El cáncer se clasifica en subtipos moleculares cada vez más extensos, ampliándose continuamente las nuevas clasificaciones pudiendo llegar a límites inimaginables. Además de que cuanto mayor la clasificación menor el número de pacientes de cada tipo y, por tanto, mayor la dificultad para los seguimientos y estudios clínicos. La interpretación de las mutaciones génicas es tan compleja que se ha creado el Cancer Genome Interpreter (CGI) para ayudar a interpretar los cambios genómicos detectados en el tumor del paciente, con cifras como: 247 tipos de tumor, 765 genes que favorecen el cáncer y 5.600 variantes oncogénicas validadas.

Esta estrategia en medicina oncológica para la investigación y el tratamiento del cáncer es imparable, y veo difícil que nos lleve a una curación del cáncer, a no ser que la investigación en inmunoterapia se centre quizás en técnicas que potencien las células inmunitarias efectivas propias de cada paciente, transfundiéndolas en un tratamiento individualizado sin fármacos, asociado a terapia micronutricional y causal. Pero de lo que si estoy plenamente convencido es de la necesidad urgente de un esfuerzo de clínicos y científicos para entender, diagnosticar y tratar cada vez mejor las causas esenciales comunes de las enfermedades… y simplificar conceptos y terapias. Incluyendo la simplificación del cáncer, con sus microambientes tumorales, su reprogramación metabólica y el exceso de oxidación-inflamación, que tienen más en común que diferencias, compartiendo unos mismos mecanismos bioquímicos y metabólicos y presentando comportamientos similares. No todo es determinado por la genética, el contexto interno y externo influye intensamente en la célula, incluyendo cambios genéticos observados que inciden en las decisiones terapéuticas. Cambios genéticos que no se producirían o se revertirían, simplemente actuando sobre los factores bioquímicos de riesgo, y pueden haber decidido la aplicación de un protocolo de terapia molecular dirigida.

Los fármacos utilizados a menudo son moléculas de última generación de las que no se conoce aun suficientemente la respuesta clínica, sus interacciones ni la toxicidad, no se han realizado estudios postcomercialización, y se utilizan en protocolos personalizados establecidos únicamente en función de los análisis genéticos y epigenéticos del tumor. Una mayoría de nuevos fármacos oncológicos llegan al mercado sin evidencia de beneficio en supervivencia ni en calidad de vida, y dicha falta de evidencia persiste después de su comercialización. Y los que presentan evidencia de mejora, suele ser de pocos meses de vida, observándose en muy pocas indicaciones una mejora de la calidad de vida. También debería tenerse en cuenta el coste insostenible para el sistema sanitario de todas estas terapias, con un muy elevado incremento anual.

Por último, recordar que cuando aparece cáncer en una persona significa que presenta una predisposición genética, se ha producido un desequilibrio en su organismo y se han dado las condiciones que favorecen su desarrollo. Por tanto, aunque se obtenga éxito mediante una terapia dirigida, no nos olvidemos de cambiar las condiciones y restituir el equilibrio, para evitar el regreso del cáncer.

15. Terapia metabólica en las personas con cáncer

Extracto del artículo

La célula cancerosa aumenta la producción de ATP (energía), acetil-CoA y lactato, para poder cubrir sus necesidades especiales, modificando su metabolismo para generar ATP a partir de la glucosa en el citoplasma (glucolisis y enzimas glucolíticas) y generar lactato (enzimas LDH), producir ATP y acetil-CoA a partir de la glutamina (glutaminolisis y enzimas glutaminolíticas) para la síntesis de lípidos, proteínas y ácidos nucleicos, y producir ácidos grasos a partir de acetil-CoA en el citoplasma (enzimas FAS).

Tenemos la seguridad de que la célula cancerosa proliferativa, que crece y ocupa tejidos, necesita más acetil-CoA y mucha energía, presentando estas rutas metabólicas y enzimas sobreactivadas.

La clave está en inhibir el metabolismo sobreactivado de las células cancerosas y, al mismo tiempo, activar el metabolismo mitocondrial de las células normales. Y conocemos bien a micronutrientes que pueden ayudar a revertir la reprogramación metabólica de la célula cancerosa y mejorar la función mitocondrial.

La opción real y eficaz que tenemos en estos momentos para las personas con cáncer es una terapia metabólica micronutricional. La terapia metabólica farmacológica dirigida es inviable en la práctica.

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La célula cancerosa aumenta la producción de ATP (energía), acetil-CoA y lactato, para poder cubrir sus necesidades especiales, modificando su metabolismo según disponga o no de oxígeno y el grado de disfunción de sus mitocondrias. Debe generar mucho ATP directamente (sin buena función mitocondria), producir gran cantidad del metabolito acetil-CoA e impulsar, a partir de él, las rutas metabólicas para la síntesis de lípidos, proteínas y ácidos nucleicos (ADN, ARN), además de producir lactato para apoyar este metabolismo, acidificar el medio extracelular e invadir tejidos.

Para conseguirlo, la célula cancerosa debe sobreactivar unas rutas y enzimas metabólicas claves, como serían las utilizadas para:

  • generar ATP a partir de la glucosa (carbohidrato simple) en el citoplasma (glucolisis y enzimas glucolíticas), tanto mas cuanto menor la cantidad de oxígeno disponible y mas afectadas estén las mitocondrias,
  • producir ATP y acetil-CoA a partir de la glutamina (aminoácido) parte en citoplasma y parte en mitocondria funcional y disfuncional (glutaminolisis y enzimas glutaminolíticas), para la síntesis de lípidos, proteínas y ácidos nucleicos. Tanto más cuanto menor es la glicolisis.
  • producir lactato al final de la ruta glucolisis (enzimas LDH).
  • producir ácidos grasos a partir de acetil-CoA en el citoplasma (enzimas FAS).

Cambiando el metabolismo en función de la disponibilidad de glucosa y glutamina, y del grado de participación de la mitocondria. Estas alteraciones metabólicas son una causa principal de tumorigénesis, metástasis, y resistencia a las terapias del cáncer.

Los tumores están formados por células diferentes, con diferentes funciones, diferentes grados de malignidad y diferentes potenciales de proliferación, que además pueden cambiar en la evolución, por factores ambientales o debido a los tratamientos aplicados. Por tanto, son heterogéneas y versátiles metabólicamente, con células que dependen energéticamente de la glucolisis, otras de glucolisis y rutas mitocondriales y otras de la obtención de energía mitocondrial. Desde células que cuando se inhibe una ruta metabólica cambian fácilmente a otra compensatoria hasta células en estado de reposo (ciclo lento) que dependen de la energía mitocondrial y cuando se inhibe esta no tienen capacidad para aumentar su glucolisis.

Sin embargo, tenemos la seguridad de que la célula cancerosa proliferativa, que crece y ocupa tejidos, necesita más acetil-CoA y mucha energía. Acetil-CoA para poder sintetizar todos los lípidos, proteínas y ácidos nucleicos (ADN, ARN) que forman sus componentes y estructuras, y mucha energía (ATP) para dicha síntesis. Precisando para ello de una sobreactivación de las enzimas que participan tanto en las rutas metabólicas para la obtención de energía como en las rutas metabólicas para la síntesis de componentes, como son las enzimas glucolíticas, glutaminolíticas, LDH, FAS…; utilizando en mayor medida unas u otras en función de las rutas metabólicas que precise y de sus mutaciones adquiridas y genes responsables. Cuanto más inhibidas estén dichas enzimas claves más difícil lo tendrá la célula cancerosa para sobrevivir, proliferar, invadir tejidos y metastatizar. Y dado que los tumores contienen células distintas metabólicamente y cambiantes, lo óptimo es inhibir el máximo número de estas enzimas, sin inhibir las mismas enzimas de las células normales del cuerpo.

Se podrían investigar diferentes fármacos que actúen en cada una de las enzimas decisivas, y que no presenten toxicidad. Ya se está haciendo, pero se investigan moléculas con acción en una o dos enzimas, ya que es imposible encontrar una que tenga efecto en todas las enzimas clave. Sin embargo, el desarrollo de inhibidores metabólicos sigue siendo muy bajo en oncología comparado con otras terapias, por varios motivos. Uno de estos motivos es la inviabilidad de dominar el crecimiento de un cáncer inhibiendo una sola proteína o enzima, porqué un distintivo del cáncer es precisamente su gran capacidad de adaptarse utilizando otras enzimas y rutas metabólicas, para obtener lo que necesita y escapar del tratamiento. Es lo que ocurre con los fármacos dirigidos a una o varias proteínas, y asociar muchos fármacos no es la solución por la toxicidad y efectos secundarios que representa. No es posible encontrar un fármaco que regule todas las enzimas y rutas metabólicas al mismo tiempo, y además no afecte a las células sanas.

Otro camino a seguir es investigar los micronutrientes y enzimas que inhiban estas enzimas, utilizando los que se conoce bien su metabolismo, acciones y efectos secundarios, además de contar con suficiente experiencia clínica. Esta opción tiene la ventaja de ahorrarnos los estudios de toxicidad y seguridad necesarios con moléculas extrañas al cuerpo, y estaremos aportando metabolitos del propio organismo que cuando se dan de forma equilibrada mejoran en la persona la función celular, orgánica y del sistema inmune. Además, no interaccionan con los tratamientos oncológicos aplicados, sino que, por el contrario, reducen sus efectos secundarios y potencian su acción anticancerígena al sensibilizar a las células cancerosas.

La clave está en inhibir el metabolismo sobreactivado de las células cancerosas y, al mismo tiempo, activar el metabolismo mitocondrial de las células normales. Lo cual no es posible mediante fármacos, no existen fármacos que mejoren la función mitocondrial. El método Dr. Cardona puede conseguirlo en parte, pero precisa adicionar micronutrientes para reforzar todavía más las rutas metabólicas mitocondriales, junto a otros micronutrientes específicos que inhiban también las enzimas metabólicas clave sobreactivadas de las células cancerosas. Así podemos conseguir mejorar en el organismo la energía mitocondrial, el sistema inmune y el exceso de oxidación-inflamación, al tiempo que reducimos la energía y producción de acetil-CoA en las células tumorales. Revertir la reprogramación metabólica mediante la estrategia expuesta resulta muy atractivo porque, al mejorar la función mitocondrial, se puede: evitar la trasformación de células normales en tumorales, ayudar a convertir algunas células de tipo canceroso en normales e inducir la apoptosis en otras. En cuanto a la posibilidad teórica de que al impulsar las mitocondrias también impulsemos la proliferación de algunas células cancerosas con mitocondrias funcionales, en la práctica no parece ser así. Por el contrario, cuando el paciente presenta síntomas y parámetros reveladores de disfunción mitocondrial, exceso de oxidación-inflamación y debilidad del sistema inmune, pocas veces responde favorablemente al tratamiento oncológico en calidad de vida y supervivencia, si el médico no es capaz de lograr una remisión de dichos síntomas y parámetros. Por tanto, ante un paciente deteriorado por la enfermedad y los tratamientos agresivos, no hay otra opción que activar sus mitocondrias, o no sobrevivirá mucho tiempo.

En mi opinión, la opción real y eficaz que tenemos en estos momentos es una terapia metabólica micronutricional. La terapia metabólica farmacológica dirigida es inviable en la práctica.

Conocemos bien micronutrientes que pueden ayudar a revertir la reprogramación metabólica de la célula cancerosa, como son por ejemplo: ácido hidroxicítrico, ácido R-lipoico, omega 3 DHA, omega 6 GLA… etc., moléculas que inhiben específicamente varias de las enzimas de las rutas metabólicas clave, sin afectar negativamente a las células no cancerosas del cuerpo. Al contrario, si resulta que estas últimas están dañadas, con disfunción mitocondrial y baja energía, apoyarán su reparación y regeneración, como se ha demostrado con cientos de estudios y su aplicación a miles de personas sanas y enfermas. Las células transformadas en cancerosas son mucho más sensibles a la inhibición de las enzimas clave comentadas, en parte debido a que las presentan sobreactivadas. Esto explica que el enfoque terapéutico micronutricional pueda inhibir la actividad metabólica de la célula cancerosa y, al mismo tiempo, activar el metabolismo mitocondrial de la sana.

La terapia dirigida del cáncer debería enfocarse más hacía la corrección del metabolismo celular, sistema inmune y exceso de oxidación-inflamación, mediante conjuntos de moléculas micronutricionales y de la naturaleza seguras. Esto no significa renunciar a los tratamientos oncológicos convencionales, sino simplemente que lo oncólogos tengan en cuenta lo expuesto. Así podrían reducir el número y las dosis de fármacos y terapias, aumentar su eficacia y reducir efectos adversos.

La enfermedad aparece sencillamente porque la persona presenta una combinación de genes que la predisponen a ella (genes responsables) y en su cuerpo se ha perdido el equilibrio: desequilibrios micronutricionales, exceso de moléculas tóxicas y descontrol de la oxidación-inflamación; debido a factores externos causales como la inadecuada alimentación, el exceso de tóxicos y radiaciones, las infecciones, la falta de actividad física  y los factores estresantes y emocionales; “poniendo en marcha” los genes responsables. Diagnostiquemos y corrijamos dichas causas externas y bioquímicas en la persona, y veremos como la gran mayoría de procesos patológicos remiten por completo, y ya no son crónicos ni incurables.

16. Micronutrición en el tratamiento oncológico convencional

Extracto del artículo

Antes de que se presenten cambios evidentes como la atrofia muscular, en la persona con cáncer que sigue tratamientos oncológicos se han observado insuficientes niveles de muchos de los micronutrientes básicos: vitaminas en formas activas, minerales esenciales, coenzima Q10, ácido lipoico, omega 3 (ALA, EPA, DHA), omega 6 (GLA), y aminoácidos esenciales y semiesenciales. También de otros micronutrientes como la carnitina.

El estado nutricional de la persona con cáncer va a ser decisivo para su respuesta al tratamiento oncológico y para su curación.

La administración de los micronutrientes básicos en equilibrio resulta muy beneficiosa para el paciente oncológico, y no solo no influyen negativamente en las terapias oncológicas convencionales (cirugía, quimioterapia, hormonoterapia, radioterapia, terapias dirigidas del cáncer…), sino que potencia su efecto y reduce efectos indeseables.

Considero urgente que los oncólogos se abran a los beneficios de la micronutrición y alimentación en el abordaje del cáncer.

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La situación con las terapias complementarias en oncología es la siguiente:

  • La mayoría de personas diagnosticadas de cáncer siguen algún tipo de terapia no convencional, que incluye la toma de suplementos y dietas específicas. Y la gran mayoría de ellos están satisfechos.
  • La gran mayoría de oncólogos no recomiendan el consumo de suplementos.
  • Son muchos los pacientes tratados con terapias complementarias o alternativas que esconden al oncólogo dichos tratamientos.
  • La gran mayoría de los tratamientos complementarios están aplicados por profesionales no médicos.

El estado nutricional de la persona con cáncer va a ser decisivo para su respuesta al tratamiento oncológico y para su curación.  Si la alimentación es inadecuada, se afecta al sistema inmune y las funciones de los órganos del cuerpo, la eficacia de todos los tratamientos oncológicos (quimioterapia, inmunoterapia, radioterapia, cirugía…) se reduce, aumentando sus efectos secundarios y complicaciones. En pacientes desnutridos, no solo de macronutrientes (calorías, carbohidratos, grasas y proteínas) sino de micronutrientes, empeora la calidad de vida física y mental y aumenta la mortalidad. Una gran mayoría de los pacientes con cáncer siguen una dieta inadecuada, y muchos siguen una dieta procancerígena, sin que ningún profesional les advierta, simplemente por desconocimiento. Incluso, algunos pacientes con signos externos de desnutrición, son animados por sus médicos y nutricionistas convencionales a comer lo que mas les apetezca.

Antes de que se presenten cambios evidentes como la atrofia muscular, en la persona con cáncer que sigue tratamientos oncológicos se han observado insuficientes niveles de muchos de los micronutrientes básicos: vitaminas en formas activas, minerales esenciales, coenzima Q10, ácido lipoico, omega 3 (ALA, EPA, DHA), omega 6 (GLA), y aminoácidos esenciales y semiesenciales. También de otros micronutrientes como la carnitina. Este desequilibro micronutricional se produce por la enfermedad y por los tratamientos aplicados, y su primera consecuencia es el aumento del estrés oxidativo que implica siempre un exceso de inflamación. Precisamente lo que más preocupa porque abona el terreno para el crecimiento y expansión de la enfermedad. Pero las consecuencias no son solo un aumento de la oxidación-inflamación, también se inhibe la función mitocondrial en los órganos vitales: corazón, pulmón, hígado y riñón, y se inhibe el sistema inmunitario, tan necesario para atacar a las células cancerosas.

La insuficiencia de micronutrientes en la persona con enfermedades de larga evolución es constante, debido a varias causas que a menudo se sobreponen: ingesta baja, inhibición en la síntesis de formas activas, aumento de las necesidades por fármacos utilizados, tóxicos, radiaciones, exceso de inflamación… y una causa que pocos profesionales conocen: el estrés y las emociones negativas. La energía que ocasionan puede afectar la forma y función de las proteínas de membrana de las que depende el paso de nutrientes al interior de la célula, afectando sus niveles, como explico en otro apartado.

La administración de los micronutrientes básicos en equilibrio resulta muy beneficiosa para el paciente oncológico. Se ha demostrado en varios estudios, incluido uno de Mayo Clinic con 1129 pacientes, que aplicar diversos conjuntos de micronutrientes al paciente con cáncer: mejora el sistema inmune, reduce los efectos adversos de los tratamientos oncológicos (pérdida de apetito, náuseas, vómitos, molestias abdominales, pérdida de cabello, debilidad, malestar general…), aumenta la supervivencia, mejora la calidad de vida y reduce la mortalidad. Además, varios estudios han demostrado que los micronutrientes reducen la proliferación celular y mejoran la respuesta al tratamiento oncológico, al tiempo que bajan su toxicidad.

Por ejemplo, la deficiencia de vitamina D es muy común en pacientes con cáncer y está implicada en su manifestación y evolución. Cuanto más bajos son los niveles, más riesgo de cáncer y cuando ya se padece, peor es su evolución. Por el contrario, al corregir los niveles de 25 (OH) D (vit D) a 60–80 µg, el riesgo baja marcadamente y la evolución mejora, reduciéndose los efectos secundarios de la terapia oncológica. Además, muchos tratamientos para el cáncer afectan los niveles de vitamina D. Pero la vitamina D no debe verse sola, sino junto a la vitamina K2 y el magnesio. Los micronutrientes básicos deben verse siempre como un conjunto. Son moléculas que forman parte del metabolismo celular y no actúan aisladamente ni existen deficiencias de uno solo de estos micronutrientes. Forman un extenso “equipo” molecular que interacciona entre sí y debería investigarse y administrarse en conjunto. Su manejo es distinto al de las moléculas externas y extrañas al organismo como son los fitoquímicos (de plantas) y fármacos, administrados para conseguir un efecto específico en el cuerpo pero que también activan o inhiben otras moléculas de forma no deseada, y pueden tener efectos indeseables e interacciones con tratamientos.

Los suplementos con micronutrientes no influyen negativamente en las terapias oncológicas convencionales: quimioterapia, hormonoterapia, terapias dirigidas del cáncer… El Instituto Americano de Investigación del Cáncer (AICR) no dice que los pacientes con cáncer que siguen terapias oncológicas no tomen complementos nutricionales con vitaminas y minerales, sino que aconseja no superar la ingesta máxima tolerable por día (UL). Por ejemplo, la UL para la vitamina C es de 2000 mg, vit. D 50 µg (2000 u), vit E (alfatocoferol) 100 mg, magnesio 350 mg, calcio 2.500 mg, zinc 40 mg, selenio 400 µg… Dosis alcanzadas por la medicina ortomolecular pero no por la medicina micronutricional que defiendo. Sin embargo, todavía la controversia en oncología sigue, debido a un desconocimiento en este campo médico, y la mayoría de oncólogos aún desaconsejan la administración de suplementos de micronutrientes y antioxidantes durante las terapias del cáncer debido a que en la acción de algunas de ellas están implicados los radicales libres. Sin embargo, el mecanismo de acción de la gran mayoría de terapias oncológicas no es principalmente mediante el estrés oxidativo, y en revisiones sistemáticas se concluye que los suplementos con nutrientes antioxidantes no actúan negativamente con la quimioterapia. Los oncólogos aconsejan no tomar suplementos nutricionales, a menudo sin analizar bien por qué ni cuales, y curiosamente sin haber estudiado medicina micronutricional cuando es tanto o más relevante y decisiva para el paciente que la medicina farmacológica.

Otra cuestión es la fitoterapia con extractos de plantas y fitoquímicos. En este caso, algunos de ellos si pueden ocasionar interacciones negativas con los tratamientos oncológicos, además de resultar imposible para el profesional conocer realmente todas las moléculas que está aportando al paciente. En personas con cáncer la fitoterapia, que no es medicina micronutricional, debería estar aplicada por médicos expertos que conozcan bien las interacciones con los tratamientos oncológicos, informando al oncólogo del paciente.

Considero urgente que los oncólogos se abran a los beneficios de la micronutrición y alimentación en el abordaje del cáncer. Deben darse cuenta de que muchos de sus pacientes que siguen una mala evolución a pesar del tiempo y esfuerzos dedicados a ellos, es por: desequilibrios micronutricionales + toxicidad. Y es imperativo corregirlos, por encima de todas las demás consideraciones, para darles una oportunidad de mejorar.

17. Test genéticos para la detección del riesgo de cáncer

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Los test genéticos vía directa al consumidor o por un profesional no experto en genética no son aconsejables.

Cuando se considere necesario un estudio genético en la persona, por sus antecedentes familiares y características clínicas, siempre es un médico genetista el que debe dirigir el estudio e interpretar los resultados.

En el caso de una persona ya diagnosticada de cáncer, los estudios genéticos son una importante herramienta implicada en la terapia dirigida aplicada por el oncólogo.

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Actualmente pueden realizarse análisis genéticos relacionados con el cáncer:

  • vía directa al consumidor,
  • a través de profesionales de diversas especialidades,
  • formando parte de la consulta de genetistas o
  • de los oncólogos que tratan a una persona con cáncer.

Los test genéticos vía directa al consumidor o por un profesional no experto en genética no son aconsejables por diferentes motivos:

  • Actualmente solo sabemos interpretar una parte del genoma. Algunas variantes genéticas indican un riesgo importante, otras apenas lo predicen, otras no indican nada, y la mayoría tienen un significado desconocido.
  • Los test comerciales utilizan polimorfismos diferentes, y los resultados de una misma muestra mandada a laboratorios diferentes pueden ser contrarios. Solo deberían realizarse los test genéticos más validados, y en laboratorios de calidad evaluados.
  • Estos test genéticos pueden dar falsos positivos al cáncer, con un porcentaje muy elevado de variantes erróneas.
  • Una misma variante genética puede ser interpretada de forma totalmente diferente según el laboratorio y el profesional, hasta el punto de que unos pueden considerar poco riesgo y otros recomendar cirugía.
  • El resultado del test genético indica un riesgo de cáncer igual o menor al de la población general, o detecta variantes que advierten de un riesgo aumentado de cáncer; pero no tiene en cuenta otras variantes genéticas que pueden proteger del cáncer, otras que pueden incrementar el riesgo… Ni tampoco tienen en cuenta la gran influencia en cómo se expresarán estos genes de los factores bioquímicos comentados dependientes de factores externos causales como la alimentación, los micronutrientes, los tóxicos, las radiaciones, la actividad física, el sueño, el estrés y las emociones.

Por tanto, la mala interpretación de los resultados genéticos puede aumentar de manera innecesaria la ansiedad y preocupación de la persona, o provocar una falsa seguridad que le lleve a no modificar favorablemente los factores externos causales de cáncer.

Cuando se considere necesario un estudio genético en la persona, por sus antecedentes familiares y características clínicas, siempre es un médico genetista el que debe dirigir el estudio e interpretar los resultados. 

En el caso de una persona ya diagnosticada de cáncer, los estudios genéticos son una importante herramienta implicada en la terapia dirigida aplicada por el oncólogo. Aunque debe tenerse en cuenta que los riesgos genéticos se valoran en base a estudios y seguimientos de personas que no han modificado sus condiciones causales, ni han aplicado medicina micronutricional, precisamente lo que más influye en la expresión de los genes responsables del cáncer.

18. Nociones a tener presentes la persona con cáncer

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Si le han diagnosticado un cáncer, debe ponerse en manos de un oncólogo con el que se produzca una buena sintonía y comunicación.

Además del diagnóstico clínico basado en las pruebas habituales de diagnóstico por la imagen y de anatomía patológica, resulta cada vez más útil y necesario el diagnóstico genético del cáncer. Pídaselo a su oncólogo.

Una vez diagnosticado el proceso que padece, le aconsejo acudir a un médico de medicina micronutricional (micronutrición), para diagnosticar los factores bioquímicos de riesgo y los factores externos causales, e indicarle la terapia micronutricional, aconsejándole sobre alimentación, ejercicio físico, sueño, estrés y emociones.

Igual de importante para una evolución favorable es eliminar y destruir células cancerosas como preservar y mejorar sus células sanas, las funciones de sus órganos y el sistema inmune.

La terapia micronutricional aumenta la eficacia del tratamiento convencional y reduce el daño que produce en las células y órganos sanos, evitando efectos secundarios y secuelas patológicas.

La micronutrición no es fitoterapia ni medicina complementaria o alternativa, es simplemente una rama o especialidad médica que debería integrase en el tratamiento convencional del cáncer y de cualquier enfermedad.

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Si le han diagnosticado un cáncer, debe ponerse en manos de un oncólogo, a poder ser con el que se produzca una buena sintonía y comunicación. Dicho oncólogo junto a diversos colaboradores: cirujanos y otros especialistas, diagnostican el tipo, estadio y grado de cáncer que padece, e indican el tratamiento convencional que debe aplicarse: quimioterapia, inmunoterapia, radioterapia, hormonoterapia, cirugía… etc. Usted y sus familiares deben ser informados en profundidad de la enfermedad que padece y de los posibles tratamientos con todos sus riesgos, respetando siempre sus opiniones y las decisiones que tomen.

Además del diagnóstico clínico basado en las pruebas habituales de diagnóstico por la imagen y de anatomía patológica, resulta cada vez más útil y necesario el diagnóstico genético del cáncer, no solo para conocer el tipo de cáncer desde el punto de vista genético, sino también para conocer el riesgo de metástasis, así como, el tratamiento que debe aplicarse. Un cáncer puede ser de alto riesgo clínico, pero de bajo riesgo genético, o al contrario, siendo el diagnóstico genético fundamental para decidir la opción terapéutica. El tratamiento convencional del cáncer debe decidirse en función del diagnóstico histológico y clínico y del diagnóstico genético. Si usted no dispone de este último, pídale a su oncólogo que le explique el motivo.  

Una vez diagnosticado el proceso que padece, le aconsejo acudir a un médico de medicina micronutricional (micronutrición), para diagnosticar los factores bioquímicos de riesgo y los factores externos causales, e indicarle la terapia micronutricional, aconsejándole sobre alimentación, ejercicio físico, sueño, estrés y emociones. En ocasiones es también necesario acudir a un especialista en control del estrés y las emociones por diversos métodos, como por ejemplo la técnica psicológica: Psych-K. La medicina micronutricional no es medicina alternativa ni complementaria, es una rama esencial de la medicina (tan o más importante que la farmacología) pero marginal en la carrera de medicina y en las distintas especialidades, con un preocupante déficit de conocimientos en los estudiantes y médicos según un reciente estudio. Estamos en una etapa incipiente de esta especialidad médica por diversos motivos, pero es inaplazable la formación en micronutrición en el mundo médico, y la divulgación de la investigación, los avances y los excelentes resultados obtenidos con micronutrientes y sus metabolitos. En un paciente, es tan necesario corregir mediante fármacos parámetros vitales alterados como corregir sus desequilibrios micronutricionales, y esto no es medicina complementaria.

A continuación, viene lo más complicado: que oncólogo y experto en micronutrición se entiendan y actúen en equipo. Óptimamente deberían trabajar juntos para logran una máxima eficacia y mínimos efectos adversos, pero esto pocas veces ocurre, y cada uno actúa por separado. Muchos médicos de medicina convencional no aceptan lo que no tiene una explicación fisiológica que sea acorde con lo que saben. Y muchos médicos de medicina complementaria no aceptan los fármacos ni las terapias agresivas. Deberían comprender que la parte médica micronutricional y causal es insustituible, y que los diagnósticos y tratamientos convencionales son necesarios para controlar a muchos pacientes, formando ambos partes de una medicina eficaz y con posibilidades de curar al paciente. No es bueno para usted que el oncólogo no sepa las otras terapias que sigue, ni que el medico de terapia micronutricional no sepa los tratamientos convencionales aplicados. Ambos especialistas deberían respetarse y aceptarse.

Si su oncólogo considera indicada la cirugía, debe aplicarse para eliminar las máximas células cancerosas de su cuerpo, y también debe intentarse su destrucción mediante terapias oncológicas. Pero igual de importante es preservar y mejorar: sus células sanas, las funciones de sus órganos y el sistema inmune, o la evolución no será favorable. Por más correcta y avanzada que sea la terapia que le aplican, no puede tener éxito a largo plazo si su organismo no está en condiciones de superar la enfermedad y, además, el contexto sigue facilitando la expansión del cáncer. Una relación entre neutrófilos/linfocitos superior a 2 con linfocitos bajos; plaquetas bajas; LDH, VSG y PCR elevados; síntomas clínicos de deterioro físico y psíquico…; son algunos indicadores de que en su organismo hay un exceso de inflamación, una disfunción mitocondrial y una alteración del sistema inmune, revelando que la enfermedad no está controlada y las células madre del cáncer pueden activarse. Podría incluso estar el cáncer bien controlado de acuerdo con las pruebas habituales en oncología, pero no estarlo el estrés oxidativo ni la inflamación, siendo la causa bioquímica de inesperadas complicaciones, mala evolución o recidivas. Si este es su caso y le siguen aplicando terapias oncológicas agresivas, será difícil que su evolución sea favorable. Alguien debe mejorar su inflamación, función mitocondrial y sistema inmunitario, para hacer posible vencer la enfermedad. Y este alguien es el médico de medicina micronutricional, el oncólogo no es experto en este campo. Aunque lo ideal sería que actuaran conjuntamente.

Debe saber que la terapia micronutricional aumenta la eficacia del tratamiento convencional y reduce el daño que produce en las células y órganos sanos, evitando efectos secundarios y secuelas patológicas. Lo que puede permitir reducir dosis y podría evitar la necesidad de aplicar algunas de las terapias agresivas, así como, nuevos tratamientos para las secuelas ocasionadas. Se ha demostrado que la quimioterapia a dosis más bajas y más frecuentes que las habituales puede ser más eficaz al no afectar al microambiente tumoral y reducir la toxicidad. Por otra parte, cuando el riesgo genético del cáncer no es muy elevado, la aplicación de una adecuada micronutrición podría ayudar a optar por no aplicar o reducir los tratamientos convencionales tóxicos.

La elevada resistencia del cáncer a los tratamientos convencionales con resultados poco satisfactorios en sobrevivencia y calidad de vida, es la conclusión de estudios realizados en personas tratadas sin terapia micronutricional. Estoy convencido de que los resultados estadísticos serían más positivos aplicando, al mismo tiempo, dicha terapia. El cáncer que padece no puede vencerse únicamente atacando a sus células cancerosas, es imprescindible crear unas condiciones que les dificulte al máximo surgir, sobrevivir, crecer y extenderse, apoyando al mismo tiempo a las células sanas, de las que también depende la evolución del cáncer. Si su oncólogo está completamente cerrado a aplicar micronutrición, debe considerar cambiar de especialista, para no tener problemas con su calidad de vida, la evolución de su enfermedad y las secuelas de los tratamientos aplicados. Pero de igual modo le digo que si el médico de medicina micronutricional está cerrado y en contra de la medicina convencional, considere también cambiar de profesional.

Por último, decir que la micronutrición debería simplemente integrase en el tratamiento convencional del cáncer y de cualquier enfermedad. En medicina, la experiencia es más útil en la práctica clínica que los estudios, aunque estos sean necesarios. El acúmulo de experiencia es equivalente a evidencia y la falta de evidencia por estudios no significa falta de efectividad, y en muchos problemas de salud existen tratamientos micronutricionales con suficiente experiencia para afirmar que ayudan a solucionarlos, y ya no precisan inversión en I+D. En ellos no se precisan los cientos de millones de euros necesarios para buscar soluciones sin conocer si se encontrarán, y bastaría con validarlos, pero para esto haría falta dinero desinteresado o público ya que la mayoría de veces no es posible una patente con sus beneficios económicos. En mi opinión, para avanzar realmente en los resultados obtenidos, el tratamiento oncológico convencional debería siempre incorporar la micronutrición y reducción de toxicidad. Así se actuaría sobre: los factores externos causales, la salud general de la persona y sus funciones orgánicas, el sistema inmunitario global, el exceso de oxidación-inflamación, los cambios bioquímicos causales comunes, y el microambiente tumoral. Se abrirían nuevas vías de investigación distintas a las focalizadas en terapia molecular dirigida con patentes y beneficios, pero muy necesarias y útiles para el paciente oncológico. Mejoraría la evolución de los pacientes, y los clínicos y científicos se animarían a realizar seguimientos y estudios para investigar nuevos protocolos de terapia micronutricional, y averiguar cuáles de los protocolos convencionales establecidos son realmente útiles y es necesario aplicar, posibilitando su modificación e individualización para conseguir una menor agresividad y una mayor eficacia en la supervivencia y calidad de vida de las personas afectadas.

Artículos COVID-19

La finalidad de estos artículos sobre el virus SARS-CoV-2 es aportar mis conocimientos y experiencia clínica, por si puedo ayudar un poco a que este virus y sus tratamientos dañen a menos personas, al tiempo que mejoro su salud y calidad de vida.

El virus que ha ocasionado la pandemia actual se llama SARS-CoV-2 y la enfermedad que provoca es la COVID-19.

Lo que expongo en los siguientes artículos es simplemente mi opinión, respetando todas las demás opiniones.

 

Formas de evitar la infección vírica

Lavarse las manos con jabón o gel alcohólico, durante 20 segundos.  Sin embargo, el contagio se da por el aire (gotas, aerosoles), y la posibilidad de transmisión a partir de superficies (metal, madera, plásticos) es muy baja. Debería toser sobre dicha superficie la persona infectada y al poco tiempo la otra persona tocarla y llevarse la mano a la cara. Los billetes y las monedas no están implicados en la propagación de infecciones. Los coronavirus son sensibles a las temperaturas elevadas, de más de 20 grados, y cuanto mayor la temperatura menor estabilidad del virus, y menor la transmisibilidad. La temperatura y humedad bajas en el ambiente favorecen la transmisión del SARS-CoV-2 de forma parecida a otros coronavirus, con un comportamiento estacional (otoño-invierno). Aunque deben tenerse en cuenta factores como las aglomeraciones en interiores con aire acondicionado en verano, que pueden facilitar los contagios.

La gran mayoría de cubrebocas de tela son poco eficientes, especialmente después de lavarlos varias veces. La mascarillas quirúrgicas (verdes) de alta calidad pueden ser útiles para que la persona no infecte a otras, pero no para evitar el contagio propio. Las mascarillas que sirven para no contagiar y que no te contagien son las FFP2. Sin embargo, los contagios se dan en espacios cerrados y proximidad. Es difícil contagiarse cuando la otra persona se encuentra a más de 1,5 a 2 metros, o el lugar está bien ventilado, o al aire libre. No hay evidencia de eficacia como medida de protección del uso universal de mascarillas en lugares públicos abiertos y, en mi opinión, no deberían ser obligatorias al aire libre sin aglomeraciones. Tampoco hay evidencia de reducción del número de contagiados en los estados que obligaron al uso de mascarillas respecto a los que no lo hicieron.

Las mascarillas dificultan la ventilación y reducen los niveles de oxígeno y aumentan los niveles de dióxido de carbono en sangre. Las personas con patologías respiratorias crónicas y personas con disnea (dificultad al respirar) de esfuerzo, no deben utilizar mascarillas nunca. Tampoco debe utilizar mascarilla cualquier persona cuando realiza esfuerzos o actividad física. Mi consejo es no permanecer mas de 60 minutos con mascarilla, y si está con otras personas, se aparta y realiza algunas respiraciones profundas sin cubrebocas.

La forma verdaderamente eficaz de proteger a la población es mediante sistemas de purificación del aire en interiores, que eliminan rápidamente del aire virus, bacterias, tóxicos… y no son costosos. En mi opinión, la  forma correcta de proceder debería haber sido el potenciar estos sistemas en lugares públicos, geriátricos, centros médicos… Con la ventaja añadida de reducir además los contaminantes inhalados responsables de muchos trastornos y patologías, incluida la mayor infectividad y agresividad del virus SARS-CoV-2.

La inmunidad colectiva significa que cuando una cantidad suficiente de la población es inmune a un germen, su propagación se detiene de forma natural porque no hay suficientes personas capaces de transmitirlo. Entonces la comunidad es inmune, aunque muchas personas dentro de ella no lo sean. Debe tenerse en cuenta que la inmunidad desarrollada por otros gérmenes también pueden proteger. Es decir, no solo están protegidas las personas que se han infectado por SARS-CoV-2, también podrían estarlo otras que se han infectado por coronavirus del resfriado.

Por tanto, cuantas más personas se infecten en una comunidad, antes tendremos inmunidad colectiva. Y cuantas más medidas efectivas anticontagio tomemos, más lentamente se propagarán los virus y más tardará en establecerse la inmunidad colectiva. Aumentando el riesgo de rebrotes de la enfermedad en la población. Sin embargo, en situaciones en que se puede colapsar la sanidad no hay otra opción que tomar medidas anticontagio, pero solo lo indispensable y especialmente en personas de riesgo, porque los humanos necesitamos de una exposición regular a patógenos para que el sistema inmune innato funcione correctamente y nos proteja. En mi opinión sería muy desacertado que estas medidas generalizadas se quedaran a largo plazo para evitar contagios por virus de distintos tipos.

No hay síntomas específicos de infección por virus SARS-CoV-2 (COVID-19), pueden ser desde muy leves, hasta provocar una intensa sensación de ahogo. El síntoma de mayor alarma es el aumento de la sensación de dificultad al respirar con el esfuerzo o en reposo. Una prueba útil es inspirar todo el aire posible, retenerlo 10 segundos, y si no puede por tos o ahogo es preferible acudir a urgencias. También es signo de alarma el deterioro del estado general.

La infección por el virus SARS-CoV-2 puede contraerse de personas infectadas unos días antes de presentar síntomas, y también parece que es posible contagiarse de portadores sin síntomas en ningún momento, aunque es mucho mas difícil que contagiarse de una persona con síntomas. La intensidad de los síntomas y la evolución de la persona contagiada depende de sus factores de riesgo (ver en el siguiente artículo) y de la carga viral (concentración del virus) de la persona que lo transmite. Cuanto mas sintomática la persona infectada, probablemente mayor sea la carga viral, y cuanto mas repetida sea la exposición, mayores posibilidades de contagio. Dudo que una persona portadora asintomática pueda contagiar y causar COVID-19 intenso a otra sin factores de riesgo. Los niños son mucho menos propensos a padecer y transmitir la COVID,  y muchos niños y adolescentes ya presentan una inmunidad natural duradera. 

Si sospecha que ha podido contagiarse por este u otro patógeno, tenga en cuenta que los virus no resisten el calor y mueren si están expuestos a temperaturas mayores a 26-27 grados. Por tanto, para eliminar patógenos es preferible permanecer abrigado, llevar camiseta, pasar calor, sudar, tomar el sol, consumir bebidas calientes (infusiones, caldos) y no tomar bebidas frías.

La fiebre es una muy eficaz manera que el cuerpo utiliza para elevar la temperatura corporal central y defenderse de las infecciones. También la tos, diarrea y vómitos sirven para eliminar patógenos. No podemos cortar rápidamente todos estos mecanismos, o el virus lo tendrá más fácil para dañarnos.

El paracetamol solo debe utilizarse si la fiebre es mayor de 38,5º, o bien, si causa un gran malestar, y mejor no reducirla excesivamente. El paracetamol reduce el glutatión, antioxidante celular cuyos bajos niveles son causa de mala evolución de la infección. No debe utilizar ibuprofeno ni otros antiinflamatorios, porque podría reducir la capacidad de respuesta inmunitaria y empeorar la evolución del proceso.

La prueba PCR (RT-PCR para el coronavirus) sirve para detectar en la persona un fragmento del material genético (ARN) del patógeno que le infecta. Para ello debe multiplicar o amplificar dicho material genético de forma que haya suficiente para permitir testar si coincide con unos fragmentos de ARN llamados iniciadores. Cada amplificación es un ciclo.

El test RT-PCR utilizado habitualmente para detectar el coronavirus SARS-Cov-2 presenta un alto porcentaje de falsos negativos y de falsos positivos. Los primeros iniciadores utilizados eran de fragmentos de material genético que no solo pertenecían al SARS-CoV-2, sino también a regiones comunes a otros coronavirus frecuentes en la población, causantes de resfriados comunes y bronquitis. Actualmente hay laboratorios que utilizan iniciadores 100% específicos del SARS-CoV-2 pero es difícil saber cuales son, y también es difícil saber el protocolo utilizado para considerar positivo a un paciente, pudiendo ser distinto el resultado según el laboratorio, la región y el país en que se realice la RT-PCR. Por otro lado, las posibilidades de falsos positivos, incluso con los mismos iniciadores, son mayores cuando la amplificación del material genético es excesiva, de mas de 25 ciclos de amplificación, y en España muchos laboratorios utilizan 40 ciclos.  Una prueba RT-PCR puede dar positivo en un laboratorio y negativo en otro, dependiendo de los iniciadores y protocolos utilizados, y de la amplificación.

En muchas personas PCR positivas no hay infección ni riesgo: la carga viral es muy baja, el virus está inactivo, se trata de otro coronavirus, se detectan fragmentos de virus muertos y no un virus vivo y estos fragmentos pueden tardar meses en desaparecer… La PCR no distingue entre los virus inactivos (no contagian ni enferman) de los virus reproductivos que infectan. También debe tenerse en cuenta que personas con “síntomas compatibles”, pero sin confirmar el diagnóstico, constan como que han padecido COVID-19, y puede ser que padezcan infecciones por otro patógeno, interactuaciones de patógenos, o simplemente agudizaciones de sus patologías de base. Los considerados brotes podrían deberse simplemente a un mayor número de pruebas realizadas con muchos falsos positivos (a mas pruebas mas casos). La RT-PCR, como ocurre con toda prueba médica, debería utilizarse solo para complementar al contexto clínico y no como único elemento de diagnóstico, y debería valorarse la carga viral, aislando a todas las personas PCR positivas con carga viral elevada aunque estén asintomáticas y, cuando la carga viral es baja, aislando solo a las sintomáticas.

El test rápido de antígenos es útil en personas con síntomas. Se introduce un bastón con algodón en las fosas nasales. Son fiables cuando la persona presenta una carga viral elevada y tiene síntomas (fiebre, tos, fatiga…).  El test de antígenos puede ser útil para confirmar la recuperación de una persona con COVID, al contrario de la PCR que no detecta la presencia de virus viables sino la presencia de su material genético, y puede dar positivo en una persona recuperada y sin capacidad de infectar. Además, un test de antígenos negativo junto a la ausencia de síntomas da seguridad a los contactos entre personas que tienen dudas de poder contagiarse o contagiar, lo que resulta fundamental para que la sociedad siga funcionando.

La prueba más fiable es el análisis en sangre de anticuerpos IgM e IgG con sus niveles (test serológico), con extracción de sangre en laboratorio de análisis clínicos, para determinar si la persona tiene infección por el virus y podría contagiar (IgM), y si ha adquirido inmunidad que la protege (IgG), y con qué niveles de IgG. De esta forma se pueden conocer las fases de la infección: inicial, temprana, activa, evolutiva y de resolución. Sin embargo, la fiabilidad depende de la técnica utilizada por el laboratorio, siendo la mas fiable la quimioluminiscencia que mide solo anticuerpos a proteínas propias del SARS-CoV-2 (anticuerpos anti-spike) y no a proteínas comunes a otros coronavirus.  Muchas personas positivas a test de anticuerpos que utilizan otras técnicas, como Elisa, lo son por haber pasado infecciones por otros coronavirus.

El test rápido serológico de anticuerpos, realizado con una gota de sangre extraída del dedo, no es aconsejable por no determinar los niveles que presenta de anticuerpos (IgM, IgG) y porque la fiabilidad puede ser muy distinta según el fabricante.

El diagnóstico de COVID es un diagnóstico clínico en el que la PCR y los demás test son solo una ayuda. 

La gran mayoría de las personas que contraen el SARS-CoV-2 adquieren inmunidad y quedan protegidas, aunque no hayan pasado síntomas, y la respuesta inmunitaria puede ir aumentando en las siguientes semanas. En algunos casos podría no dar suficiente inmunidad a la persona. Las personas con IgM negativo y con inmunidad adquirida (IgG), si se reinfectan, lo mas probable es que presenten síntomas leves (especialmente con las nuevas variantes que irán surgiendo). Sin embargo, no todo es tan simple, existen otros tipos de anticuerpos protectores no analizados, y la respuesta inmune no depende solo del nivel de anticuerpos (que va disminuyendo), también depende de células inmunitarias que recuerdan y fabrican anticuerpos rápidamente cuando vuelven a encontrar al mismo virus, o incluso otros virus con características genéticas similares. Muchas personas que se han infectado por SARS-CoV-2 no presentan anticuerpos en los test serológicos, pero están protegidas contra la COVID-19 por una inmunidad celular muy duradera. En cambio, la inmunidad protectora de los coronavirus de los resfriados comunes es de corta duración. En mi opinión, las personas que se han infectado no deben temer las nuevas variantes de COVID, aunque los anticuerpos IgG salgan negativos.

Lo más apropiado actualmente es realizarse una RT-PCR con iniciadores 100% específicos y no mas de 25 ciclos de amplificación, y un análisis de anticuerpos por quimioluminiscencia a partir de la cuarta semana de la sospecha de infección para conocer la inmunidad que se ha adquirido y con qué nivel de anticuerpos. Pero teniendo en cuenta que la persona puede tener inmunidad y estar protegida con un resultado negativo de anticuerpos IgG, debido a la presencia de otros anticuerpos, o bien, de células inmunitarias (inmunidad celular) producidas por el SARS-CoV-2 o, incluso, por otros virus como los del resfriado común. Es decir, podría ser que las infecciones respiratorias habituales protegieran de la COVID-19, evitando la infección o modificando favorablemente su evolución. Actualmente, mediante la determinación de varios tipos de anticuerpos IgG y la respuesta celular (T4, T8, NK), ya es posible conocer si ha estado o no expuesto al virus, el grado de protección que presenta por la infección y por la vacuna, y también si padece un proceso persistente.

La implantación de medidas anticontagio en la población de una región debería basarse en el incremento (respecto al mismo periodo de años anteriores) del número total de pacientes hospitalizados graves y de fallecidos en esta región, a causa de infección demostrada, sin que pueda atribuirse dicho incremento a otros factores causales. La mayoría de muertes contabilizadas son con pruebas positivas o síntomas sospechosos de SARS-CoV-2 y no a causa de infección por SARS-CoV-2. Con los conocimientos y medios actuales no es acertado basarse en los resultados positivos de los test realizados a la población para considerar que son “brotes de enfermedad” y tomar medidas generalizadas.

Además, dar positivo, si el resultado es cierto, significa ser portador del virus, pero no necesariamente estar infectado y padecer la enfermedad COVID-19. Las enfermedades infecciosas no son tan simples como: germen malo – enfermedad. Los microorganismos (bacterias, virus, hongos…) forman parte de nosotros y la enfermedad puede producirse debido a virus contagioso con reactivación de otros patógenos latentes en la persona, junto a alteraciones del sistema inmunitario y factores de riesgo. Incluso puede aparecer sin ninguna nueva infección vírica, simplemente por una disfunción de la microbiota y del sistema inmune.

Factores de riesgo de la COVID-19 y tratamientos

¿De donde proviene el virus SARS-CoV-2? Me resisto a creerlo, pero la evidencia es cada vez mayor de la filtración del virus SARS-CoV-2 desde un laboratorio de guerra biológica. Los ingenieros genéticos pueden lograr que coronavirus que infectan a pocas especies, como el murciélago, infecten a humanos, interfieran con el sistema inmune y se trasmitan más fácilmente por el aire. Son mutantes “mejorados” para “biodefensa”. Esto se consigue en laboratorios secretos, y funcionarios advirtieron incumplimientos en los procedimientos de seguridad en uno de estos laboratorios de los coronavirus del murciélago, con posible riesgo de producir una pandemia. Ni las administraciones ni otras organizaciones hicieron caso de las advertencias.

Por otra parte, las características estructurales que presenta el virus SARS-CoV-2 hacen sospechar  que no haya evolucionado ni mutado naturalmente de ningún coronavirus,  Este virus no se ha encontrado en ningún animal huésped y no hay evidencia de transmisión de animal a humano. Además, los síntomas y la afectación que produce el SARS-CoV-2 en el organismo, como la infección de vasos sanguíneos y promoción de coágulos, no parecen pertenecer a los de formas naturales de coronavirus, que son mucho mas benignos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que muchos científicos de renombre opinan que este virus no pudo ser diseñado en un laboratorio.

El virus SARS-CoV-2 podría comportarse de distinta manera a otros coronavirus que conocemos, pero no es tan dañino como parece, y podríamos estar mas protegidos por el sistema inmune de lo que pensamos. Lo que realmente le hace dañino es que se transmite fácilmente en una población con muchos factores de riesgo. La tasa de letalidad (cuantos fallecen de los infectados) parece ser del 0,23% (equiparable a la de la gripe), y la edad promedio de personas fallecidas con COVID es de 82 años (por encima de la esperanza de vida). El porcentaje de personas fallecidas únicamente por la COVID-19 es muy pequeño, mas del 90% restante padecía patologías conocidas que contribuyeron a su muerte. El número de fallecidos en relación al número de infectados podría ser bajo, pero el número de considerados fallecidos por el virus por millón de habitantes es elevado. El virus SARS-CoV-2 irá mutando continuamente y podría ser tanto o mas contagioso, pero probablemente será cada vez menos agresivo si se deja mutar de forma natural.

La gran mayoría de personas que se contagian no presentan síntomas, o bien, estos son ligeros. Las personas que se agravan, y tienen que ser ingresadas, presentan varios de los siguientes factores de riesgo de mala evolución de la COVID-19 y de cualquier infección, en parte debido a la alteración de las mitocondrias (“motores” de energía de las células) y del sistema inmunitario que implican:

  • Edad avanzada, debido a la senescencia del sistema inmune, que implica un descenso de su capacidad de reconocer, alertar y destruir los patógenos, y ocasionar un estado proinflamatorio.
  • Obesidad, principalmente la obesidad abdominal o exceso de grasa visceral. Una persona puede no parecer obesa, pero lo es si tiene un perímetro de cintura superior a 88 cm si es mujer y de 102 cm si es hombre. Cuanto mayor la obesidad, mayor el riesgo de hospitalización, ingreso en UCI y muerte por COVID.
  • Hipertensión arterial, no influyendo el tipo de fármaco utilizado.
  • Glucemias elevadas, hemoglobina glicosilada (mide las subidas de azúcar de los últimos 3 meses) elevada.
  • Inflamación crónica de bajo grado y estrés oxidativo, ocasionados por varias causas, pero especialmente por una alimentación proinflamatoria y prooxidante. Un parámetro indicador de inflamación es la proteína PCR de alta sensibilidad elevada (no es la prueba PCR para COVID).
  • Ferritina elevada, o exceso de hierro.
  • Fibrinógeno elevado, factor de riesgo de hipercoagulación.
  • Función hepática alterada. Por ejemplo, por hígado graso (esteatosis hepática) que padece el 25% de la población.
  • Sueño no reparador por: dormir pocas horas, despertarse a menudo, dormir con luz o ruido, tener el horario cambiado… El déficit de melatonina podría ser uno de los responsables.
  • Exceso de ejercicio físico para la persona sin el aporte micronutricional adecuado.
  • Enfermedad crónica: cardíaca, respiratoria, neurológica, hepática, renal, intestinal, inmunodeficiente, autoinmune… o de otro tipo, especialmente si hay dos o mas patologías, disfunción mitocondrial y un mal control del exceso de oxidación e inflamación con niveles reducidos de glutation.
  • Tomar varias medicaciones de forma prolongada, especialmente las que afectan a las mitocondrias y deprimen al sistema inmune. Estar polimedicado.
  • Presentar insuficiencias y desequilibrios de micronutrientes básicos: vitaminas activas (incluidas las vitaminas A, C, D, K2 y grupo B), minerales esenciales (incluidos magnesio, zinc, selenio), factores vitamínicos (coenzima Q10, ácido lipoico), ácidos grasos omega 3 y 6, aminoácidos básicos; insuficiencias que al contrario de lo que se piensa, son muy frecuentes en la población. Por ejemplo, los niveles bajos de glutatión  (antioxidante celular que depende de los aminoácidos cisteína y glicina) esté muy relacionada con mala evolución de la COVID. O bien, los bajos niveles de vitamina D incrementan el riesgo de infección por el virus SARS CoV-2, así como, de hospitalizaciones, enfermedad grave y muerte por este virus; y la administración de vitamina D mejora la evolución de los pacientes con COVID-19, el riesgo de complicaciones y de muerte. El riesgo de fallecer por COVID es mayor en las personas con bajos niveles de omega 3. Y lo mismo ocurre con otros micronutrientes básicos. Por el contrario, el exceso de micronutrientes proinflamatorios, como el ácido linoleico (omega 6), aumentan la mortalidad por COVID.
  • Presentar exceso de tóxicos en su organismo: tabaco, alcohol, drogas, fármacos, contaminantes ingeridos (alimentos procesados, alimentos grasos no ecológicos…), inhalados (ambientales, glifosato…) o por contacto, metales tóxicos como mercurio y aluminio… Existe una clara relación entre el aumento del porcentaje de afectados por COVID-19 de una región con el incremento de los niveles de contaminación atmosférica (dióxido de nitrógeno…), un cambio adverso de las condiciones climáticas, y el ser zonas mas pobladas e industrializadas.
  • Estar expuesto a un exceso de radiaciones electromagnéticas: móviles, Tablets, ordenadores, antenas de telefonía móvil, wi-fi, algunos sistemas de iluminación, trasformadores, microondas… y especialmente la tecnología 5G. Pueden afectar al sistema inmune, activar virus latentes, empeorar la evolución de patologías crónicas, entre otros efectos.

Todos estos factores de riesgo están interrelacionados con la microbiota que tiene un importante papel en las infecciones y su evolución. La microbiota es una comunidad de microorganismos (bacterias, virus…) interconectados que trabajan juntos en equilibrio como un todo, como un organismo comunitario que reside en distintas localizaciones: microbioma de boca, laringe, nasal, estómago, intestino delgado, intestino grueso, uretra, vagina, conjuntiva, la piel de una región…; con una gran simbiosis entre las células del cuerpo y sus bacterias y virus, no siendo posible entenderlos por separado: las bacterias tienen genes que codifican proteínas y catalizan reacciones en el metabolismo celular. El ser humano es un ecosistema de células y microorganismos y si se rompe este equilibrio, pueden predominar virus y hongos patógenos. Virus y otros patógenos (incluyendo parásitos) que permanecen latentes, pueden reactivarse con el SARS CoV-2 (por ejemplo el virus Ebstein-Barr). La interactuación de distintos virus y patógenos en una microbiota desequilibrada es lo que puede causar una infección más grave.

Además, estos factores de riesgo, especialmente el estado micronutricional y los niveles de tóxicos y radiaciones, son decisivos para la epigenética y la expresión génica de la persona. Recientemente se ha demostrado que la dotación epigenética de la persona influye en la evolución de la COVID-19, y se han identificado variaciones epigenéticas, presentes en un elevado porcentaje de la población, en los pacientes que desarrollaban una evolución grave de la COVID-19. Las moléculas epigenéticas son un sistema de moléculas “por fuera” o “alrededor” del ADN que, mediante diversos mecanismos desactivan o activan en mayor o menor intensidad a los genes (expresión genética). Por ejemplo, influyendo en la expresión de genes asociados a excesiva respuesta inflamatoria y a un peor estado de salud. Pero afortunadamente, la expresión de los genes depende de las moléculas epigenéticas y estas, a su vez, dependen de factores como el aporte de micronutrientes, la exposición a moléculas tóxicas y radiaciones, la actividad física, el sueño, el estrés y el estado de ánimo, sobre los que podemos actuar eficazmente.

La combinación de varios de los factores de riesgo mencionados anteriormente afecta al sistema inmunitario (disregulación inmune sistémica), aumenta la infectividad y replicación de los virus (sea el SARS-CoV-2 u otro tipo), y favorece que se produzca lesión microvascular, hiperinflamación e hipercoagulabilidad, con exceso de inflamación en tejidos (tormenta inflamatoria), un daño en la hemoglobina liberándose hierro, neumonitis química (no infecciosa sino tóxica), hipoxia en todos los tejidos (debido a que la hemoglobina ha perdido su capacidad de unirse al oxígeno), daño y coágulos en vasos sanguíneos, coagulación intravascular diseminada, y diversos daños en los órganos, especialmente en tracto gastrointestinal y pulmones, seguido de sistema nervioso, corazón, hígado y riñón. El uso de sedación y ventilación mecánica (respiradores) en estos pacientes empeora el pronóstico (fallecen una mayoría de los tratados así porque no es un problema de fallo ventilatorio), siendo más efectivo el tratamiento con otras técnicas, incluida la oxigenoterapia con cánulas nasales a bajo flujo. Con ozonoterapia ya hay evidencia de eficacia en estos pacientes.

Todos estos daños comentados pueden dejar secuelas posteriores, como fibrosis pulmonar, cardiopatías, neuropatías, insuficiencia adrenal y alteraciones en otros órganos. Cuanto mas tarde se aplica el tratamiento correcto y cuanto mayor el daño y la agresividad del tratamiento, mayor la probabilidad de secuelas y patologías derivadas, aunque también se dan en personas afectadas leves. Tanto la infección viral como los fármacos aplicados alteran las mitocondrias de diversos tejidos, lo que puede alterar funciones orgánicas y dar debilidad muscular, fatiga y también disnea. Cuando los síntomas persisten se le llama síndrome Post-COVD o síndrome Long-COVID. Patología nueva que afecta a muchas personas e incluye todo tipo de síntomas: musculares (fatiga), articulares (dolor), neurológicos (“niebla cerebral”), psíquicos, cardiovasculares, gastrointestinales, cutáneos, inmunitarios y autoinmunes (nuevas respuestas inmunes y alergias-intolerancias)… etc.

Sin la combinación de varios de los factores de riesgo mencionados, resulta mucho más difícil que las infecciones respiratorias causen estos efectos devastadores en el organismo y también que provoquen síntomas y secuelas posteriores.

Una persona puede ser considerada sana y sin riesgos, pero cuando se estudia adecuadamente resulta que presenta varios de estos factores. Por ejemplo: insuficientes vitaminas D, K2, C y B12, magnesio, zinc o selenio, o ferritina elevada, o hígado graso, o perímetro de cintura elevado, o trabajar en lugar contaminado y con radiaciones y presentar un exceso de tóxicos, o realizar exceso de ejercicio sin complementar adecuadamente… Factores responsables de variaciones epigenéticas que afectan la expresión de determinados genes, implicando que al contagiarse su evolución sea desfavorable y/o presente secuelas.

Muchos de estos factores de riesgo causantes de mala evolución de las infecciones no se tienen en cuenta. Deberían considerarse y actuar sobre ellos o no conseguiremos vencer realmente a esta pandemia ni a las que vengan a continuación, ni tampoco a las epidemias de enfermedades crónicas que ya estamos padeciendo y de las que se habla poco, aunque son causa de mucha mayor morbilidad y mortalidad: obesidad, diabetes, cardiopatías, EPOC, esteatosis hepática, depresión, demencia, patologías autoinmunes, cáncer… etc.

Todos esperan el descubrimiento del fármaco que mate a este virus. Pero los virus mutan, y aparecen otros nuevos, y el fármaco “descubierto” se aprobará mediante estudios cuestionables, o dejará de ser efectivo, o no actuará en ciertas formas o etapas de la enfermedad, o podría tener efectos peores que la propia infección en ciertos pacientes. Los fármacos utilizados actualmente presentan toxicidad mitocondrial, aumentan el riesgo de cardiopatías y, estoy convencido que también de secuelas. Además, los tratamientos farmacológicos no solo no solucionan los factores de riesgo, sino que los acentúan, son tóxicos y agravan el desequilibrio micronutricional y la disfunción mitocondrial. Evidentemente que el médico necesita armas para actuar en situaciones agudas con el paciente seriamente comprometido, pero si no atenúa su toxicidad y corrige factores de riesgo, los daños ocasionados en el paciente pueden conducir a muy diversos trastornos y patologías. Los fármacos realmente eficaces para sacar adelante al paciente en situación critica siguen siendo los mismos de siempre: corticoides, antibióticos y anticoagulantes; y serían todavía mas eficaces y menos tóxicos si se asociaran a conjuntos micronutricionales. En la COVID-19 es eficaz la budesonida (corticoide inhalado), añadiendo, si es necesario, dexametasona (corticoide oral), pero previniendo la depleción de glutatión que provoca mediante micronutrientes (glicina, N-acetilcisteína, Vit C, ácido R-lipoico).

No es posible un fármaco curativo milagroso, siempre serán moléculas extrañas al cuerpo, que pueden mejorar parámetros o funciones, pero empeoran otros, especialmente cuando se combinan varios fármacos. Muchos nuevos fármacos se dirigen a proteínas del cuerpo (proteínas diana) para conseguir su acción, pero estas proteínas tienen su función, a menudo desconocida, en otros lugares del organismo. Una infección no se vence solo inhibiendo o matando al patógeno. Para evitar consecuencias (incluido el exceso de respuesta inflamatoria) y que no se repita, siempre debe restaurarse la capacidad de la persona para superar dicha infección, lo que implica mejorar: los niveles de glutatión, la función mitocondrial y la respuesta inmune. La única forma de curar una enfermedad es hallar y solucionar sus causas, además de neutralizar los efectos dañinos de los fármacos que ha sido necesario administrar, utilizando solo los imprescindibles.

Está investigándose el tratamiento con anticuerpos de amplio espectro purificados a partir del plasma de personas infectadas por el virus SARS-CoV-2, con el fin de neutralizarlo y producir inmunidad al administrarlo por vía subcutánea. Este enfoque de tratamiento es muy interesante y podría ser eficaz para mejorar la evolución clínica de pacientes infectados, con pocos efectos secundarios. Muchas personas con COVID han sido tratadas con éxito mediante la transfusión del plasma con altos niveles de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 de personas que se recuperaron del virus.

Ya se ha iniciado la vacunación masiva de la población.  Pero las primeras vacunas son aprobadas a través de un proceso acelerado (autorizadas para uso de emergencia, pero no aprovadas para prevenir la COVID), sin una vigilancia adecuada, ni evaluación correcta de efectos secundarios, ni haber completado la fase 3 de ensayos clínicos. Los ensayos de esta forma no exponen si puede tener efectos genéticos dañinos, como ha ocurrido ya con otras vacunas utilizadas, causantes de trastornos graves. Las personas genéticamente predispuestas a la autoinmunidad y a la alergia podrían ser de las mas afectadas por las nuevas vacunas. Los coadyuvantes que se incorporan a las vacunas (hidróxido de aluminio en las inactivadas, PEG por primera vez…) con diferentes funciones ya se ha demostrado que pueden presentar efectos adversos y respuestas autoinmunes.

Una nueva “vacuna” que se ha creado en poco tiempo no utiliza virus vivos o atenuados, sino ARN por primera vez (Pfizer, Moderna). Tecnología nueva que inyecta ARNm (molécula “mensajera” que lleva instrucciones específicas) sintético encapsulado en una membrana lipídica (nanolípidos que nunca fueron utilizados) para que pueda entrar en las células del cuerpo con el fin de instruirlas para empezar a producir una versión modificada de la proteína espiga (Spike) del virus SARS-CoV-2 y así estimular la producción de anticuerpos contra ella. Esta terapia esta diseñada para reducir los síntomas clínicos, no para generar inmunidad ni para evitar el contagio. Las “vacunas” de AstraZeneca y Johnson & Johnson se diferencian en que utilizan ADN y un adenovirus (vector viral) para entrar en las células y dar las instrucciones para producir la proteína Spike y generar  anticuerpos contra el virus. En realidad todas ellas no son vacunas (no cumplen los criterios) sino que son terapias génicas (si cumplen los criterios). Es decir, estamos ante un virus nuevo que no conocemos bien, se utilizan técnicas nuevas y se han desarrollado las “vacunas” en meses.

Según el inmunólogo Dr. Byram Bridle. Se supone que, como las vacunas tradicionales, las nuevas “vacunas” se inyectan en el músculo del hombro, permanecen en el, y una pequeña cantidad drena a los vasos linfáticos locales. Instruyen a las células musculares para que fabriquen la proteína Spike, se produzcan anticuerpos, y no va a ningún otro lugar del cuerpo. Sin embargo, no es así. La proteína Spike fabricada entra en la circulación sanguínea y se acumula en varios órganos como bazo, médula ósea, hígado, glándulas suprarrenales, ovarios… y también en la leche materna. La proteína Spike puede unirse a los receptores de las plaquetas y a las células que recubren los vasos sanguíneos, siendo causa de trastornos de la coagulación, daño cardíaco y neurológico. El gran error fue pensar que la Spike era solo un gran antígeno productor de anticuerpos, cuando es una toxina y proteína patógena. Añado a lo dicho por el Dr. Bridle que la cantidad de proteína Spike producida por estas “vacunas” en cada persona es distinta, y las reacciones y consecuencias para su salud dependen de dicha cantidad y del órgano en el que se acumulan.

Si se comercializa una vacuna, debe mostrar evidencia clara de que:

  • Reduce el número de personas portadoras del SARS-CoV-2 asintomáticas que pueden contagiar, es decir, crea inmunidad y protege de transmitir el virus. Las actuales “vacunas” no evitan la replicación y transmisión de variantes virales, y una persona “vacunada” puede infectarse y también padecer COVID. La tasa de infección podría ser la misma en las personas “vacunadas” que en las no “vacunadas”, y con igual carga viral.
  • Reduce el riesgo no solo de síntomas, sino de casos graves de hospitalización y muerte en las personas con factores de riesgo.
  • Produce buena respuesta inmunitaria en personas de más de 65 años.
  • La protección ofrecida es duradera, para no precisar dosis de refuerzo repetidamente. La efectividad de la nuevas “vacunas” podrían reducirse significativamente a los 5 meses, y la duración de la protección reducirse con las nuevas variantes.
  • No puede alterar permanentemente el ADN genómico de la persona.
  • No puede provocar una patología más grave, por una respuesta inmunitaria anormal (por ejemplo una reacción inmune exagerada cuando la persona vacunada se expone al virus, o a una variante…). La “vacuna” de AstraZeneca podría producir una fuerte respuesta inmune y podría causar coágulos sanguíneos asociados a bajos niveles de plaquetas, especialmente en mujeres jóvenes. La de Pfizer podría causar miocarditis y pericarditis (inflamación, hipertrofia, insuficiencia… cardíacas) de forma directa. La de Moderna podría causar hepatitis autoinmune. Un elevado porcentaje de personas presentan un aumento del dimero D después de “vacunarse”, indicando que se forman coágulos (microcoágulos) en su sistema vascular.
  • No hay un mayor riesgo en las personas que ya han padecido COVID (diagnosticadas o sin saberlo), ni tampoco cuando se expongan a este u otros virus mas adelante. Las “vacunas” utilizadas actualmente (Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Johnson & Johnson…) podrían presentar un mayor riesgo de incidencia y gravedad de efectos secundarios en personas que han estado expuestas al virus, efectos que todavía pueden ser peores si la infección es reciente o esta activa. Las “vacunas” de AstraZeneca y Johnson & Johnson podrían incrementar el riesgo de infectarse por otros virus.
  • No pueden comprometer la inmunidad innata de niños y adultos.
  • No puede producir autoanticuerpos que ataquen los propios tejidos.
  • Es segura en personas mayores, niños, mujeres fértiles, mujeres embarazadas, personas inmunodeprimidas y las que padecen procesos alérgicos, autoinmunes y diversas patologías. Las nuevas “vacunas” producen muchas mas reacciones adversas que las vacunas habituales,  especialmente después de la segunda dosis y mas en personas jóvenes. No se han realizado estudios preclínicos con animales y en los estudios no incluyeron personas con patologías, personas mayores, niños ni mujeres embarazadas. El estudio de fase 3 (fase de seguridad y efectividad) de Pfizer termina a final del 2022.  Los anticuerpos producidos por las nuevas “vacunas” podrían reducir la inmunidad innata (la que nos protege de las infecciones y enfermedades), lo que resulta especialmente preocupante en niños.
  • Es efectiva para las nuevas cepas o variantes del virus que van surgiendo continuamente, porque no es posible ir revacunando a la población, y existe riesgo de resistencia vacunal. Las “vacunas” actuales podrían ser menos efectivas para las nuevas variantes que van surgiendo.

Evidencias que necesitan años de investigación y seguimientos, completando los ensayos clínicos de fase 3, resultando imposible lograrlas en meses. Además, con estas nuevas “vacunas”: ¿Se conocen las dosis adicionales necesarias:?… ¿dos, tres, cuatro…? ¿Se conoce la periodicidad de la revacunación?… ¿anual, semestral…? ¿Supone algún riego añadido para la persona recibir todas estas dosis, administrarse diferentes tipos de vacunas para la COVID, además de las vacunas habituales aconsejadas por sanidad? ¿Se estudia y tiene en cuenta la mortalidad general a corto, medio y largo plazo en las personas vacunadas? ¿La vacunación y revacunación masiva de la población no facilitará mutaciones del virus a cepas mas contagiosas o más virulentas? ¿Es asumible por la sociedad este tipo de vacunación repetida a toda la población? Si pudiera elegir, prefiero una auténtica vacuna basada en el propio virus, pero atenuado, no virulento, y administrada por vía intranasal u oral, como la que se está desarrollando por el CSIC en España.

Por otro lado, la acción protectora de una vacuna se produce al activar al sistema inmune adecuadamente, y esto no es posible si este sistema no dispone de sus componentes en buenas condiciones, lo que depende del correcto aporte micronutricional básico (incluida la vit D) y la reducción de los factores de riesgo mencionados. En las respuestas inmunes (producción de anticuerpos) de las vacunas y también en sus efectos secundarios, puede influir el estado de la microbiota intestinal. Estas son causas de falta de respuesta a vacunas de uso común en un porcentaje elevado de personas de edad avanzada, y también en todas las edades. Precisamente las personas teóricamente mas necesitadas de una vacuna para el SARS-CoV-2, podrían ser las que tuvieran una respuesta mas débil o defectuosa, si no se restablece su sistema inmunitario mediante micronutrición antes de administrarla.

Parece demostrado que las personas vacunadas de la gripe podrían ser mas vulnerables a la infección por otros virus no contenidos en la vacuna, incluidos los coronavirus, y se desconocen los efectos de administrar en la misma temporada las vacunas contra la influenza (gripe) y el SARS-CoV-2. Hay estudios mostrando que cuanto mayor es el porcentaje de vacunados para la gripe en el país mayor el número de muertes por COVID por millón de habitantes, lo que no significa ser la causa, pero hace preguntarnos si las personas vacunadas podrían tener mas riesgo de infectarse y fallecer por COVID. El virus SARS-CoV-2 probablemente desplace a otros virus como los del resfriado y la gripe, no produciéndose la epidemia habitual de virus respiratorios ni de la gripe. Los casos positivos de influenza han disminuido hasta casi desaparecer, incluso en los países del hemisferio sur. La incidencia de infecciones víricas (no COVID) en general, y también las exacerbaciones en pacientes respiratorios crónicos, es muy baja este otoño-invierno 2020-2021 (solo de gripe se produjeron 35.000 hospitalizaciones en España el año pasado con una epidemia moderada, y antes de la pandemia fallecían por influenza 650.000 personas al año en el mundo). Quizás porque es difícil que las células se infecten por mas de un virus a la vez, o por las medidas anticontagio que se toman, o por diagnosticar como COVID casos de otros virus…? Sin embargo, sanidad sigue recomendando la vacunación masiva contra la gripe.

La inmunidad adquirida de forma natural presenta varias ventajas sobre las vacunas: estimula globalmente a la inmunidad en todos sus componentes, protege de varios virus y variantes y es duradera, lo que no se consigue con las vacunas. La forma que tenemos de controlar a los virus es mediante células del sistema inmune innato como las NK, sin necesidad de generar anticuerpos. La gran mayoría de personas evitan la infección viral de esta forma, activando muchos efectores distintos del sistema inmune, interrelacionados entre si para modular la respuesta inmune. Esta inmunidad celular se dirige a cualquiera de las proteínas del virus, incluidas las internas, que varían menos con las nuevas mutaciones. Por el contrario, las nuevas “vacunas” no modulan la respuesta inmune, y el virus solo tiene que mutar algunas proteínas para escapar. Las personas “vacunadas” podrían tener mayor probabilidad de infectarse por algunas variantes que las sin “vacunar” previamente infectadas, y también mayor riesgo de hospitalización. En mi opinión, la única manera de fortalecer al sistema inmune de la persona en su conjunto y de forma eficaz frente a las infecciones con sus distintas variantes y las enfermedades es mediante micronutrición y reducción de tóxicos, junto a una inmunización de forma natural.

Como resolver los factores de riesgo de la COVID-19

La clave para enfrentarnos con éxito a las epidemias de origen infeccioso esta en corregir los factores de riesgo y mejorar el sistema inmune de las personas. Las infecciones en su fase aguda deben tratarse a menudo mediante antibióticos y otros fármacos. Sin embargo, para prevenirlas, atenuar su intensidad y evitar daño en el organismo, complicaciones y secuelas, solo es posible lograrlo cuando se mejora el sistema inmunitario y se corrigen los factores de riesgo, incluyendo la restitución de los niveles de glutatión (el principal antioxidante celular) y la función mitocondrial en los tejidos afectados. Consiguiendo así, además:

  • mejorar las enfermedades que ya está padeciendo la persona,
  • prevenir patologías a las que tenga una predisposición genética y
  • evitar muchos efectos adversos ocasionados por los fármacos.

Los factores de riesgo mencionados en el artículo anterior se corrigen aplicando medicina micronutricional, que incluya aporte de micronutrientes, alimentación adecuada y reducción de tóxicos y radiaciones, junto a la práctica adecuada de actividad física, sueño reparador y un buen estado psíquico. Las mitocondrias (“motores” de energía de la célula) cuando están dañadas solo es posible mejorarlas mediante micronutrición que incluya: vitaminas B activas, vitamina C, magnesio, coenzima Q10, ácido R-lipoico, NAC y acetil-L-carnitina.

Todos los factores de riesgo se atenúan mediante el método Dr Cardona expuesto en esta web, que aporta el conjunto de nutrientes básicos: vitaminas activas y minerales, factores vitamínicos, ácidos grasos omega 3 y 6 y aminoácidos básicos; reduce las moléculas proinflamatorias y tóxicas (incluido ácido linoleico, fructosa, grasas trans y metales pesados) en el cuerpo y equilibra la microbiota. Mejorando así los niveles de glutatión, la función mitocondrial celular y el sistema inmunitario.

Sin embargo, en función del factor de riesgo puede ser conveniente añadir a los complementos básicos del método, algunos micronutrientes básicos u otros nutrientes, por ser frecuentemente insuficientes sus niveles en tejidos, y lograr así mejores resultados:

  • Si obesidad, especialmente obesidad abdominal, resulta eficaz añadir:  R-lipoico
  • Si glucemias o hemoglobina glicosilada elevadas, resulta eficaz añadir: R-lipoico
  • Si función hepática alterada o esteatosis hepática, resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si ferritina elevada, resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si exceso de tóxicos, como tabaco, alcohol, contaminantes o metales tóxicos: mercurio, aluminio, cadmio, arsénico…; resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si exceso de radiaciones, también resulta eficaz añadir: Rlipoico + NAC + Glicina.
  • Si sueño no reparador, resulta eficaz añadir: Melatonina. Podría ayudar a mejorar al sistema inmune y reducir la “tormenta inflamatoria”. La melatonina reduce el riesgo de infección y mejora la evolución de la COVID-19.
  • Si exceso de actividad física: R-lipoico + NAC + Glicina.
  • Si toma fármacos que dañan las mitocondrias o al sistema inmune, como las estatinas y los  corticoides, el médico debe valorar el substituirlos por otros de menor riesgo.
  • Si enfermedad crónica de cualquier tipo: respiratoria, cardíaca, hepática, renal, digestiva, neurológica, psíquica, inmunodeficiente, autoinmune, cáncer…, o síntomas de sospecha de disfunción mitocondrial (fatiga muscular, déficits cognitivos…),  resulta eficaz añadir: Vit A + Vit C + Vit D + Vit K2 + Zinc + Magnesio + N-Acetil-Carnitina + Glicina + Rlipoico + NAC 
  • Si patología respiratoria: alergia respiratoria, asma, EPOC, fibrosis pulmonar…, resulta eficaz aumentar niveles de glutatión (NAC + Glicina + Vit C + R-lipoico) y añadir: Quercetina,
  • Si vitamina D insuficiente, es necesario siempre analizar sus niveles, y aportar el tipo y la cantidad de Vit. D de acuerdo con los resultados de los controles. Si se administra vit D se crea mayor demanda de Vit K2.
  • Si síntomas que hacen sospechar infección, añadir lo antes posible: Rlipoico + NAC + Glicina + Vit C + Vit A + Quercetina + Zinc + Melatonina; analizar la Vitamina D (calcidiol y calcitriol) y aportar vit D3, o calcidiol, o calcitriol a la dosis adecuada, teniendo en cuenta la vit K2 y el magnesio. Si se administran dosis elevadas de Vit. C, debe incrementarse la producción de glutatión mediante: NAC + Glicina + Vit C + R-lipoico.

Controlar o neutralizar los factores de riesgo antes y durante las infecciones por SARS-CoV-2 o cualquier otro patógeno, mejora la función mitocondrial y el sistema inmunitario y aporta muchos beneficios: 

  • previene infecciones,
  • atenúa los síntomas de la infección,
  • mejora la evolución si se contrae la enfermedad infecciosa,
  • reduce los efectos secundarios de los tratamientos aplicados,
  • evita o atenúa las secuelas que pueden presentarse posteriormente,
  • mejora la calidad de vida tanto física como psíquica,
  • favorece una buena evolución de los factores de riesgo y de las patologías que padece la persona, evita complicaciones, pruebas médicas e ingresos, y ayuda a reducir fármacos.

En mi opinión, de acuerdo con los estudios publicados y mi experiencia clínica, el conjunto micronutricional mas eficaz en las infecciones víricas (incluida la del SARS-CoV-2) en cualquier persona, para prevenir la infección, mejorar la evolución cuando se infecta y evitar las secuelas, consiste en la combinación de: vitaminas (A, D3, C, E, MK-7, B en sus formas activas), minerales (zinc, magnesio, selenio), factores vitamínicos (coenzima Q10, R-lipoico, carnitina), ácidos grasos omega 3 y 6 en forma activa (GLA, EPA, DHA), glicina, N-acetilcisteina (NAC) y quercetina con gluconato de zinc. Añadiendo mayor dosis de vitamina D3 (diariamente, no en bolus cada 15 o 30 días) junto a K2 (MK-7) y magnesio en función de los niveles que presente la persona. Si presenta síntomas sospechosos de COVID, añadir vitamina C liposomada y más NAC, zinc y quercetina. Es la forma más eficaz de mejorar la función mitocondrial de los tejidos afectados, al tiempo que incrementamos sus niveles de glutatión, el antioxidante intracelular mas necesario y alterado en las infecciones y patologías persistentes. Por otra parte, la enzima proteolítica sistémica Natokinasa puede ser muy útil para evitar la coagulopatía que implica la COVID, especialmente en personas con riesgo mas elevado. Todos los médicos deberían conocer esto, y pautarlo a sus pacientes, en lugar de dar solo paracetamol. Quizás entonces el panorama cambiaría.

La única forma eficaz de mejorar la evolución de las personas con síndrome post-COVID o long-COVID es aplicando micronutrición y reducción de tóxicos. En primer lugar aportar los micronutrientes básicos junto a una alimentación adecuada, y a continuación valorar mediante síntomas y análisis los niveles de distintos micronutrientes (vitaminas, minerales, omega 3 y 6…) y tóxicos (grasas trans, metales…). Para poder añadir los nutrientes insuficientes mediante los conjuntos adecuados, y así  lograr las condiciones fisiológicas que permitan iniciar una rehabilitación física con éxito. En mi opinión, los fármacos nunca podrán conseguir mejorar a las personas con long-COVID.

El organismo de una persona necesita del conjunto completo de nutrientes básicos para funcionar correctamente, incluyendo la producción de energía (función mitocondrial), la capacidad antioxidante y antiinflamatoria, el equilibrio de la microbiota, el sistema inmunitario y la función de todos los órganos, completamente interconectados entre sí. Solo que uno de estos micronutrientes activos sea insuficiente, hecho frecuente en todas las edades, el organismo deja de funcionar correctamente y aparecen síntomas y patologías. Y desafortunadamente los médicos no suelen pensar en los micronutrientes, porque no se incluyen en su formación ni en la investigación médica convencional.

Aportar el conjunto micronutricional básico y reducir nutrientes proinflamatorios (como el ácido linoleico y la fructosa), no comporta ningún riesgo, efecto adverso, ni interacción, y puede cambiar favorablemente la evolución del paciente. No perdemos nada y podemos ganar mucho.

Tendría más sentido que en los protocolos de intervención médica, se aplicara micronutrición, antes o al mismo tiempo de aplicar fármacos y otros tratamientos. Así podría corregirse la posible coexistencia de una insuficiencia micronutricional y disfunción mitocondrial causal de base, que el tratamiento médico casi siempre va a acentuar. Se presupone, incluso en pacientes con factores de riesgo y crónicos, que el cuerpo ya dispone de todos los metabolitos nutricionales esenciales; por desconocimiento, porque ya existe suficiente evidencia de que no es así. Es preferible aportar una base de micronutrientes para asegurar unos mínimos niveles en tejidos, ya que no representa ningún riesgo hacerlo.

Se evitarían tratamientos agresivos, efectos adversos, complicaciones y dinero, al mejorar suficientemente a muchos pacientes debido a que el principal problema de base a menudo es un desequilibrio micronutricional junto a un exceso de moléculas tóxicas.

No estoy en contra de la medicina convencional, ni de los fármacos.  Soy un médico de formación convencional (no de medicinas alternativas) y los fármacos son necesarios y los utilizo diariamente. Pero si me preocupa mucho que los médicos no consideren a los micronutrientes como una herramienta terapéutica habitual. Es como si los micronutrientes no existieran, a pesar del acumulo de investigación y de experiencia clínica, de ser la única forma de mejorar los niveles de glutatión y la función mitocondrial, y de la rápida mejoría observada en casi todos los pacientes que se aplican correctos protocolos micronutricionales y de alimentación junto a reducción de moléculas tóxicas. La medicina es solo una: la que funciona con poco riesgo y suficiente evidencia científica por estudios y/o acumulación de experiencia.

No estoy en contra de las vacunas, cuando cumplen los criterios de una vacuna (no los de una terapia génica), y se desarrollan, fabrican y aplican adecuadamente. Son necesarias y han salvado muchas vidas. Tal como está la situación y con un sistema de salud que no considera la micronutrición, no veo otra salida que aplicar vacunas lo antes posible. Es obvio que si la población sigue con sus factores de riesgo y sus desequilibrios micronutricionales, debe vacunarse con lo que disponemos (pero sin cambiar el tipo de “vacuna” en la misma persona), excepto: los niños y adolescentes, las mujeres embarazadas y lactantes, las personas que ya han padecido infección por SARS-CoV-2, las que tienen anticuerpos, las que presentan procesos autoinmunes, las convalecientes de enfermedades y las descompensadas de sus patologías crónicas. En mi opinión, la forma óptima de proceder sería no vacunar a las personas que ya se han infectado, realizar una prueba de anticuerpos IgG si tienen sospechas de haberse infectado y, cuando presentan síntomas recientes, también una PCR. Si ya se han infectado o alguna de estas pruebas da positivo, no vacunar porque ya están protegidas por una inmunidad celular duradera y por el riesgo de producir inflamación (reacción inmunitaria adversa) y daño en los tejidos (corazón, pulmón, cerebro…) donde permanecen antígenos virales después de la infección natural. Las personas que se han infectado por SARS-Co-2 deberían obtener un certificado de inmunidad con mayores beneficios que estar vacunado o tener una PCR negativa.

El principal argumento utilizado para la vacunación masiva de la población es que el riesgo de no vacunar es muy superior al riesgo de vacunar. Y es un argumento razonable, pero todos (incluidos científicos y políticos) deberíamos hacernos algunas preguntas como: ¿Estamos seguros de que al vacunar y revacunar masivamente a la población durante una pandemia el virus no mutará en cepas resistentes a dichas vacunas? ¿El beneficio de vacunar a niños, adolescentes y adultos jóvenes es superior al riesgo que comporta a corto y largo plazo? ¿Si una persona no presenta o tiene bien controlados los factores de riesgo (ver artículo anterior), el riesgo de patologías y muerte a corto y largo plazo por COVID es superior al de la “vacuna” (o diferentes tipos de vacunas) que le administrarán? ¿Tiene sentido utilizar tantos recursos y esfuerzos en vacunas, fármacos, medidas y restricciones, y tan pocos en reducir los factores de riesgo de la población (como la obesidad), que son los mismos implicados en las enfermedades causantes de mas fallecimientos que la COVID? ¿Tiene sentido haber perdido una oportunidad de oro para reducir en la población los principales factores de riesgo de infecciones, cardiopatías y cáncer? Quizás si, pero lo dudo, y como médico preferiría que se corrigieran las causas en las personas, se mejorara su sistema inmune y se consiguiera una inmunidad adquirida de forma natural.

Podría no ser necesaria la vacunación generalizada si:

  • se protegiera con medidas anticontagio adecuadas a las personas con determinados factores de riesgo.
  • se redujeran factores de riesgo en la población como hemos visto.
  • se implementaran los purificadores de aire en lugares públicos.
  • se tuviera en cuenta que virus diferentes pueden inducir inmunidad entre ellos, que el número de personas infectadas por diferentes virus y variantes es cada vez mayor, aumentando la protección de las personas, lo que evita su reinfecci´ón, o bien, se infectan pero con síntomas leves o moderados.
  • se tuviera en cuenta que con el tiempo la agresividad o patogenicidad del virus irá atenuándose (las variantes pueden ser mas contagiosas, pero son mas débiles, menos graves), siempre que los virus vayan mutando de forma natural, no bajo presión de tratamientos y vacunas. Si las bacterias y virus se someten a presión mediante antibióticos o anticuerpos, pero persisten en el entorno, puede facilitarse su mutación a cepas mas virulentas. Cuando la “vacuna” no previene la infección y transmisión (lo que si consiguen las verdaderas vacunas), podría facilitarse una evolución a nuevas variantes.
  • se tuviera en cuenta que este virus no desaparecerá, seguirá entre nosotros, como tantos otros virus. Por mas vacunas y terapias de última generación que apliquemos.

En mi opinión, la micronutrición junto a la reducción de factores de riesgo es mas eficaz que las “vacunas” para evitar enfermar por COVID y contagiar, basándome en el acumulo de experiencia y en los estudios publicados. Por tanto, escoger esta opción no es ser irresponsable e insolidario, como si lo son las personas que no se aplican micronutrición, ni medidas anticontagio, ni vacunas. Además, las personas con inmunidad celular natural están mas protegidas y contagian menos que las vacunadas sin dicha inmunidad. A mi modo de ver hay tres opciones:  micronutrición, vacuna, o vacuna junto a micronutrición. Pero reconozco lo difícil que resulta entender y aceptar la primera opción por las demás personas y organismos, y por la medicina convencional que no considera la micronutrición en sus protocolos. Y admito lo difícil también de esta elección con la presión de familiares, amigos, compañeros de trabajo, empresa, médicos… y los inconvenientes que acarrea. Entonces, si decide vacunarse le aconsejo igualmente un conjunto micronutricional adecuado y reducir factores de riesgo, para mejorar sus mitocondrias, su sistema inmune… Mitigando así los posibles efectos adversos de la vacuna, y reduciendo el riesgo de contraer COVID (los vacunados pueden infectarse) e infecciones por otros virus.

Creo firmemente que la única manera de vencer realmente las epidemias que padecemos: infecciosas, de enfermedades crónicas y de cáncer, es mediante medicina micronutricional y reducción de tóxicos. Los fármacos ayudan a manejar situaciones agudas y las vacunas pueden reducir el número de contagiados por algunas infecciones,  siendo necesarios, pero no solo no actúan sobre los factores causales, sino que los incrementan.

Finalmente, lo que voy a decir sé que es utópico, por diferentes motivos, pero voy a decirlo para hacernos pensar.

Si se pudiera realizar un screening a toda la población de los principales factores de riesgo mencionados con un simple cuestionario y análisis de sangre, podrían conocerse los sujetos más susceptibles a tener una mala evolución con la COVID-19. Estos sujetos serían “personas de riesgo” que deberían seguir unos sencillos protocolos establecidos para:

  • evitar contagiarse y contagiar y
  • reducir los factores de riesgo.

Posteriormente se les practicaría un control para valorar si aún son “personas de riesgo”, y establecer las medidas a seguir de acuerdo con el riesgo y la situación general.

En cuanto a las personas consideradas de “poco riesgo”, a la mayoría se les aportaría un conjunto micronutricional básico que incluya vitaminas D y C y magnesio, y todas ellas seguirían con su vida normal: sin mascarilla, formándose, trabajando, realizando actividades de ocio, cuidando de las “personas de riesgo”, y ayudando a impulsar al país. Muchas se contagiarían por diferentes virus con pocos síntomas, inmunizándose, y así conseguiríamos una inmunidad colectiva natural a largo plazo que evitaría y atenuaría lo rebrotes, al tiempo que va reduciéndose la agresividad del virus, como ha ocurrido con la mayoría de infecciones víricas de la humanidad.

Potenciar los sistemas de purificación del aire en interiores de lugares públicos, geriátricos, centros médicos… Obligando a utilizarlos pero con ayudas públicas tanto al fabricante como al usuario. El beneficio no solo se obtendría de limpiar el aire de virus, bacterias, hongos… sino también de contaminantes.

Actuando de esta forma, no solo se lograría reducir la incidencia, morbilidad y mortalidad de las infecciones de todo tipo (incluida la COVID-19), sino que, al influir en los factores de riesgo, también se reduciría la incidencia, morbilidad y mortalidad de todas las patologías crónicas epidémicas que nos están dañando mucho más que los virus: obesidad, hipertensión, dislipemia, diabetes, cáncer, enfermedades cardíacas, respiratorias, hepáticas, digestivas, renales, reumáticas, neurológicas, psíquicas, alérgicas, inmunodeficientes, autoinmunes… Mejorando la calidad de vida de las personas afectadas, evitando muchos fallecimientos y ahorrando miles de millones en: fármacos, pruebas médicas, ingresos, intervenciones, asistencia social, dependencia, bajas laborales, paro, jubilaciones anticipadas … etc. Millones que en parte podrían destinarse a la investigación médica pública bien dirigida, incluyendo la medicina micronutricional, y a reducir todavía más los factores de riesgo en la población.

¡¡Y esta pandemia habría beneficiado a la salud de la humanidad!!

Veamos lo que opinan algunos profesores expertos en el tema:

La declaración de Great Barrington

Agua hidrogenada y estrés oxidativo

El estrés oxidativo causado por especies reactivas de oxígeno (ROS) comunmente llamados radicales libres, es causa de lesiones en células y tejidos provoca diversas afecciones en órganos como cerebro y músculo. El estrés oxidativo aumenta el estado inflamatorio, siendo el estrés oxidativo y la inflamación crónica dos procesos íntimamente relacionados, de tal forma que uno conlleva al otro y viceversa.

El control del estrés oxidativo, ya sea causa o consecuencia, es una estrategia terapéutica básica para todo tipo de patologías crónicas.

Hay muchas formas para controlar el estrés oxidativo como es el consumo adecuado de vegetales, frutas y verduras frescas y si es posible, también ecológicas, ingesta de complementos alimenticios con nutrientes antioxidantes o más recientemente, el uso de agua hidrogenada.

En 2007, el Dr. Ohsawa reportó que el hidrógeno molecular (H2) puede actuar como un antioxidante para prevenir y tratar la lesión de isquemia-reperfusión de la arteria cerebral media y este efecto ha sido respaldado por informes adicionales posteriores. Se han publicado varios estudios sobre el efecto beneficioso del H2 en muchos órganos, incluido el cerebro. El primer efecto beneficioso importante es su actividad antioxidante, puesto que el H2 se combina con el radical hidroxilo para producir agua (H2O). Recientemente se han propuesto otros mecanismos biológicos del H2 como antiinflamatorio, mejor expresión de ADN y del metabolismo energético. Por lo tanto, la biología de H2 no es simple y cada día que pasa se conocen acciones nuevas y complementarias. La acción del H2 es por todo el cuerpo puesto que es una molécula de bajo peso molecular, lo que significa que tiene la capacidad de penetrar dentro de la célula y núcleo y de todas las membranas biológicas, incluyendo la barrera hematoencefálica. Por ello, la gran difusión del H2 permite que pueda ejercer su acción antioxidante en todo tipo de células, incluyendo las del sistema nervioso central.

Existen varias vías de administración y se clasifican aproximadamente en tres tipos: la inhalación del gas, el consumo de agua con H2 disuelto (agua hidrogenada) y la inyección de una solución salina con H2 disuelto. De estas tres vías, la más recomendada por su perfil de seguridad, eficacia y accesibildad es la del consumo de agua hidrogenada (en un modelo animal de enfermedad de Parkinson, ingerir agua hidrogenada fue más eficaz que inhalar hidrógeno) y en el mercado existen varias empresas con aparatos, con un amplio rango de características y precios, que producen agua hidrogenada (Hidrolux…).

Recientes estudios indican que el H2 puede ser un coadyuvante en el cáncer como agente preventivo o en terapia combinada con fármacos. El consumo de agua hidrogenada podría atenuar los efectos secundarios de los quimioterápicos (disminuyendo el estrés oxidativo) y de la radioterapia, protegiendo a las células sanas. Además parece inducir la apoptosis de las células cancerosas y retrasar el crecimiento de algunos tumores.

Aunque se han sugerido todas estas acciones prometedoras, el mecanismo o mecanismos, y la eficiencia por la cual el hidrógeno inhibe las células cancerosas aún no se ha establecido. Aún faltan más estudios que puedan detallar el mecasnimo de acción y confirmar estas acciones.

Conocer el estrés oxidativo es clave en medicina clínica, pero hasta ahora resultaba muy difícil, por la complejidad de cuantificar los radicales libres.

La prueba d-ROM permite medir el estrés oxidativo por primera vez en medicina clínica práctica.

La prueba d-ROM (Metabolitos de Oxígeno Reactivos) mide los hidroperóxidos (ROOH) en plasma, cuantificando el estado de oxidación de la sangre en términos de U. Carr (Unidad Carratelli). Esta prueba mide el estado entre la producción de radicales y la defensa antioxidante del organismo.

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